— ¿Qué hubiera pasado si venían a visitarte y tú no estabas decente para recibirlas? Digo, mírate.

Se refería a las diosas de la Virginidad Eterna.

La mujercita vio su cuerpo completamente seco por el viento pero con granos de arena por doquier, iba descalza con un corto vestido que cubría con un chal viejo de lana envejecida, lo tenía desde su infancia. El problema es que Kore no se sentía para nada inadecuada, más bien lucía honesta, acorde a su personalidad ¿por qué tenía que esconderse todo el tiempo o pretender ser alguien quien no deseaba ser? A veces hubiera dejado todo cuanto tenía para experimentar la libertad sólo un día en su vida. 

Su destino como Diosa de la Virginidad Eterna era ser una sabia, sin linaje. 

— O peor, ¿y si Afrodita te veía?

— Oh, vamos otra vez con el burro al heno - dijo la chica peinando su cabello, dirigiendole una mirada recelosa, sin embargo sin malicia alguna -. Seguro ella no recuerda el incidente, madre, estás siendo un poco paranoica.

— No quiero ver a mi única hija destrozada por esa deidad despiadada. 

— Será la última vez, lo prometo.

Démeter la vio de arriba abajo antes de asentir, la pequeña diosa aguantó sus lágrimas parpadeando a una velocidad admirable porque odiaba mantenerse cautiva por miedo. 

Ella era intrépida, no sentía nada de miedo al pensar en Afrodita, incluso Eros ahora era su amigo sin que Deméter lo supiera. Dios, estaba tan desolada al ser una prisionera. Deseaba recorrer el mundo entero y no residir siempre en el pequeño paraíso construido y calculado por su madre. Los turistas a lo lejos sólo podían ver un peñasco gracias a la barrera mágica pero Perséfone no era un peñasco, deseaba ver y ser vista, no en su forma primigenia sino que en una más humana si eso era necesario. 

Si traspasaba la barrera nadando su madre la encerraría en alguna mazmorra, si ella sabía que mantenía correspondencia con Eros podría enviar a un ejército de ninfas para encargarse de él. Sí, su amistad era un secreto para todos, incluso para Artemisa a quien admiraba y a quien consideraba su mejor amiga. A menudo la iba a visitar para charlar y saber si había florecido o todavía no pues si estaba tardando, pero ¿quién florecería con semejante presión en el pecho? Era tan agotador.

De pronto tuvo una idea descabellada y estúpida, para nada responsable e imprudente.

Subió a lo más alto del templo, un lugar reservado sólo para ella donde pudiera adorar en paz y pensar. Era el único lugar al que Démeter se resistía entrar, dándole un poco de espacio falso. Cuando empujó la pesada puerta de madera la recibieron un par de cómodos sillones viejos, una alfombra deshilachada, un armario de dos puertas y la colección de libros que había reunido durante los años donde Atenea la visitaba para administrarle conocimientos que consideraba básicos para la vida.

Tropezándose corrió hacia un baúl que mantenía con llave, el único pedazo de ella que mantenía oculto. Había coleccionado billetes de sus amigos por años, todos de distintas nacionalidades pero supuso que algunos servían todavía. Los ordenó en un pequeño bolso sin observar, buscaba con la mirada su maleta, una vieja de cuero que por casualidad había llegado a la isla años atrás.

Esa vez sí huiría y jamás la encontrarían.


Esperó a bien entrada la madrugada para desaparecer de puntillas del templo, entonces dejando un sutil aroma a flores como único rastro salió por un túnel subterráneo donde los antiguos solían adorar a una estatua de su madre, allí en las catacumbas habían tumbas de hombres y mujeres devotos de siglos atrás, resquicios de tesoros de los cuales cogió un puñado de monedas redondas de oro para esconderlas en su pequeño bolso donde ocultaba los más personales recuerdos que tenía. 

Once upon a time in London [Perséfone x Hades]Where stories live. Discover now