RUNAWAY

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La ciudad de Skópelos brillaba en la lejanía como un faro redentor, las pequeñas casas estilo mediterráneas estaban habitadas a esas horas del ocaso con sus pequeñas luces encendidas al igual que millones de estrellas en el horizonte, y Kore era una polilla desesperada buscando los focos resplandecientes.

Ella masticaba los pistilos dulces de una flor sentada en el muelle, el sabor era como la miel misma y los pétalos uno por uno desaparecían entre sus angelicales labios gruesos, pálidos debido a las horas de nado intenso durante el cual su cuerpo rosa claro surfeó las olas como si de pronto sus piernas carnosas se hubieran fundido en una cola de sirena. Cogió un afilado coral rojo como cuchilla para cortar su larga melena rosada como el atardecer, dejándolo irregular mientras el resto caía al mar cálido transformándose inmediatamente en algas de los más hermosos colores.

Escuchó el tañido de una campana rompiendo la quietud del ocaso, su madre Démeter la llamaba. 

Era hora de entregar su libertad al ser quien más la amaba en el mundo, más de lo que amaba a la primavera o a los animales autóctonos quienes corrían libres en aquella pequeña isla de la península donde vivían sólo acompañadas por ninfas, sin hombres. De vez en cuando un tritón llegaba a las costas movido por las corrientes cálidas y los rumores de las preciosas mujeres en la isla, pero era rápidamente corrido por Démeter quien mantenía a Perséfone gran parte del tiempo dentro del templo o llevando a cabo cortas tareas guiada por las chicas en quienes confiaba más. 

Perséfone no podía mentir, amaba a su madre más que a nadie, pero odiaba al encierro que tenía veinte años en el marcador e iba avanzando lentamente. Ella no podía pensar bien cuando admiraba la barrera iridiscente separándola de Skópelos con sus cientos de habitantes humanos activos siendo ella la única sentada en el marco de una ventana. Su cuerpo inmortal se rehusaba a madurar gracias a la torpeza y el nerviosismo por lo cual su edad en años mortales corría sin detenerse, a ese paso luciría más anciana que su madre quien parecía haberse detenido a los treinta. Sólo la alimentaba de conocimiento, crecería en sabiduría sin tener ninguna experiencia.

Atenea había ido a visitarla hace un par de semanas y le aplicó el exámen para saber su nivel de conocimiento, le dijo que estaba muy orgullosa de los resultados y que de ser humana incluso podría postular a algo llamado universidad, lo cual significaba muchísimo para ella. No lograba sentirse completa en aquel lugar, algo la detenía, quizás su propia progenitora. Temía no llenar jamás ese vacío en el corazón, como si sus flores internas de marchitaran con cada día pasado, como un invierno eterno que no daba paso a la primavera.

"Madre, tienes que dejarme ir" pensaba mientras subía los peldaños blancos de mármol del pequeño templo en el cual vivían. Pensaba irse a la cama sin cenar, sin embargo cuando iba a doblar por el oeste la mano de su madre la detuvo justo sosteniendo su muñeca jalando de ella.

— Kore, ¿dónde estuviste? No pudimos localizarte en toda la tarde, estaba preocupada - la voz de su madre no dejaba de sonar sinceramente preocupada pero seria, zarandeando el brazo de la chiquilla para que la viera a los ojos - Responde, Kore.

— Sólo estuve nadando, pasando el tiempo en la playa - soltó su agarre, mirando a su madre con esos enormes ojos verdes salpicados de celeste como el cielo al mediodía, cambiantes según su humor.

Zeus las librase si pasaba tiempo a solas sin su escolta de ninfas. Realmente les temía desde el incidente donde en un arranque de pena usó de forma instantánea y natural sus poderes convirtiendo a una pobre ninfa en margarita cercana de la playa. Su madre pudo remediarlo, sin embargo el miedo yacía latente en ella al no tener control suficiente en sus emociones. A menudo saltaba de un estado anímico a otro, de la tristeza a la felicidad en un segundo.

Once upon a time in London [Perséfone x Hades]Where stories live. Discover now