XXXVI

2K 120 66
                                    

¿Nunca os ha paralizado el miedo? Como cuando eras todavía un niño y tu madre te inscribía por primera vez a un curso de natación, aunque no supieras nadar.

Habías pasado un par de veranos jugando en una pequeña piscina, donde el agua no cubría, donde por si acaso te caías, tu mamá te había obligado a llevar un par de manguitos.

Ahora alguien había decidido que esa etapa había terminado, que los manguitos debían desaparecer, que el agua ahora sí tenía que cubrir.

De buenas a primeras te encontrabas en medio de una enorme piscina, tu monitor dentro de del agua pidiendo que te lanzaras, que no iba a pasarte nada porque él iba a cojerte. Pero aún así no te lanzabas, aunque la piscina estaba llena de agua, aunque había alguien dispuesto a sujetarte si te hundidas, aunque habías visto a tus amiguitos hacer lo mismo hace escasos minutos.

Tú no te lanzabas, no lo hacías porque aquello era una puta piscina y tu no sabías nadar.

Esa misma sensación me invadió con Hugo mientras él hablaba. Él ya se había lanzado, no a la piscina, él ya había empezado a nadar en el puto océano.

El agua cubriendole por completo pero a él no le importaba, Hugo sabía nadar. Él sabía incluso bucear, sumergirse en el agua y no poder salir por horas no parecía un problema. Ahora había asomado la cabeza deseando que me uniera a él, pero no podía.

Yo no sabía nadar como él, quería quedarme jugando en la orilla un poco más, lejos de las olas, lejos de la corriente que podía arrastrarte demasiado cambiando el rumbo, lejos del peligro.

El problema era que Hugo ya estaba en agua. Se había lanzado sin preguntar, como el niño inquieto que siempre fue. Yo lo observaba deseando unirme a él, pero el miedo me paralizaba, el océano era demasiado grande.

Sabía que él volvería a sumergirse aunque yo nunca llegara, seguiría nadando, porque eso es lo que hacen los  peces: Nunca paran de nadar, si lo hacen mueren. Pueden nadar en círculos por un tiempo para ver si  al final te unes a ellos, pero al final volverán a nadar en línea recta, sin mirar atrás.

Hugo iba a seguir su camino, y yo iba a quedarme en la orilla observando, viendo como se convertía en un pez grande en ese enorme océano llamado fama.

Yo iba a quedarme en la orilla, mojándome los pies de vez en cuando, pero Hugo  iba a estar demasiado lejos para darse cuenta.

***

No fui a Córdoba con Hugo, no hablamos durante las siguientes cinco días. No hubo ninguna llamada, ningún mensaje, ninguna pregunta, solo silencio.

Por mi parte hubo mil intentos: mil mensajes a punto de ser enviados, su número marcado en mi teléfono miles de veces a punto de darle al botón de llamar y  arrepintiéndome en el último momento.  No tenía nada que decir, una parte de mi creía que hablar solo sería alargar el sufrimiento.

Noemi se puso en contacto conmigo para avisarme de que una de las canciones del último programa iba a ser señorita y por lo tanto debía acudir el sábado por la mañana a ensayar.

Estaba nerviosa, no sabía cómo íbamos a comportarnos ambos estando en el mismo recinto. Ahora nadie nos prohibía acercarnos y quizás sería más fácil si aquella estúpida norma que tanto nos había molestado hacia tan solo una semana siguiera vigente.

Hugo fue el último en llegar, y supe que estaba cerca incluso antes de poder verlo. La atmósfera en el ambiente cambió, por lo menos para mí, fue la calma previa a la tormenta un tintineo constante  en el fondo de mi estómago que me ávisaba de que él estaba cerca y entonces lo vi.

Seguía siendo como los primeros rayos de sol tras la tormenta, seguía iluminando todo solo con su presencia. El también supo al instante que yo ya estaba ahí, lo noté cuando sus pasos se ralentizaron y el verde encontró al negro de nuevo. Fue solo un instante, Hugo apartó la mirada enseguida, parecía incapaz de mirarme a lo ojos.

Yo sin embargo me obligué a observarlo detenidamente para adivinar como se encontraba. Sus hombros caídos, su rostro cansado, sus dientes mordiendo sus uñas desde el momento en el que notó mi presencia. No, él no estaba bien, no parecía feliz y era mi culpa.

Estaba vez había sido yo la encargada de romper su corazón. Hugo rompió el mío una vez, pero por aquel entonces él no era consciente de mis sentimientos. Yo sí, yo sabía que él me quería y aún así no fue suficiente.

No se acercó a mi, Hugo corrió a los brazos de Sam y cuando la rubia me miró entendí que ella ya lo sabía todo. Quizás ese era el motivo por el cual no parecía demasiado feliz cuando nos abrazamos minutos antes.

Manu nos llamó para ensayar señorita casi al final de la tarde. Fue entonces la primera vez que estuvimos a tan solo a unos metros de distancia, intenté buscar su mirada sin éxito.

- Hugo... - me encontré susurrando sin ser consciente, como si mi subconsciente hubiera decidido por mi que él merecía una explicación.

- Si no vas a decirme que me quieres, que me quieres de verdad, es mejor que no digas nada.

No dije nada más. Le quería, por supuesto que lo hacía, pero no era suficiente.

- Lo siento. - volví a decir sin ser consciente. 

El técnico de sonido nos entregó el micrófono y nos pidió que nos fuéramos a nuestra posición. Mi voz interior habló de nuevo antes de que él se fuera. Mis disculpas lograron que Hugo me mirara, quizás no debería haberlo echo, no me gustó la desilusión que vi en sus ojos.

- Yo si que lo siento. - murmuró negando con la cabeza. - siento no haber sido capaz de convencerte. Nunca confíaste en nosotros Anaju, nunca creíste que durariamos demasiado y yo... - vi como mordía sus labios antes de seguir hablando. - y yo hubiera sido capaz de derribar gigantes por lo nuestro.

- Lo siento. - volví a repetir, parecía incapaz de decir algo más. El nudo en la garganta me impedía hablar, solo deseaba una cosa algo que terminé añadiendo a mi disculpa - ojalá todo fuera más fácil.

- Es fácil Anaju, siempre lo fue. - habló de nuevo contradiciendo mis palabras. -  pero añadíste tantos factores a la ecuación hasta que dio un resultado negativo y yo no supe despejarlos para que te quedaras. - cogió un poco de aire para llenar sus pulmones antes de seguir hablando. -
era una simple ecuación: tu me quieres, yo te quiero y el resultado debía ser que se joda el mundo, pero decidiste cambiarlo.

Inconsciente || AnahugDonde viven las historias. Descúbrelo ahora