Capítulo 3 - De reyes, magos y Guardas

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Capítulo 3 – De reyes, magos y Guardas

                “Los hombres y mujeres de todas las razas, guerreros y magos, bárbaros y reyes… Los Guardas Grises han sacrificado todo para detener la marea de oscuridad. Y prevalecemos.” Duncan, Comandante de los Guardas Grises.

               

                El camino era interminable, triste y cansado. Duncan era un hombre serio y reservado, pero podía ver la sabiduría de los años en sus gestos y sus palabras. Sus facciones eran oscuras, como la de los rivaínos, pero su acento me resultaba muy familiar. Apenas sonreía pero lo hacía siempre que yo necesitaba aliento. Supe que para él, la traición era el peor de los pecados, imperdonable a los ojos del Hacedor y que no buscara una venganza que no me iba a satisfacer, sino que ansiara la justicia. Me contó lo que apreciaba a mi padre y que una vez yo le había visto en el castillo siendo una niña pero había huido tímidamente. Recordé algunas historias divertidas con Raziel, Fergus y yo como protagonistas y le conté cómo enfurecía a mi madre presentándome a alguna reunión social con los codos pelados o llena de barro por haberme escapado a jugar o a cazar bichos. Le hicieron reír mucho, lo cual me sorprendió bastante.

                Pocos días después de salir, nos enteramos de que Pináculo se encontraba bajo la supervisión temporal del arl Rendon Howe, nombre que maldeciré por siempre. Duncan mostraba preocupación al respecto ya que no le extrañaba que intentara una escalada de poder mayor al ostentar también el arlingo de Amaranthine. La ambición corrompe a las personas más incluso que la infección de la Ruina. Y contra eso no vale una lucha honorable. Me aferraba a la espada de mi familia como si fuera lo único que tuviera en esta vida. Quizá, en parte, era cierto. Duncan se preocupaba a su manera, no era alguien tierno ni cálido, pero su nobleza de corazón hacía que me alegrara de tenerle de compañero de viaje.

                Todo camino tiene un final y el nuestro marcó, además, un nuevo principio.

                - Mirad, mi joven Señora: Ostagar.

                Había oído de la magnificencia de aquel lugar, pero jamás había imaginado que fuera así. Ante mis ojos se erguían las ruinas de una de las ciudades del antiguo Imperio de Tevinter y, aunque estaba marcada por los estragos de la guerra y la vegetación había reclamado parte de ella, no había perdido ni una pizca de su grandeza. Sus altas torres y sus estructuras eran colosales, eco de tiempos pasados…

                - El Rey Cailan ya está aquí. Aquellas son sus tiendas. Allí está el puesto de avanzada, la enfermería… Os dejaré un tiempo para descansar pero recordad que los templarios y los magos también han llegado y su Majestad querrá empezar los preparativos cuanto antes. Raziel estará mejor cuidado en las perreras, lo dejaremos allí e iremos al encuentro de Cailan. Después comenzaremos la Iniciación.

                - ¿Iniciación?

                - Todo a su momento.- dijo con su voz calma.

                La tienda de su Majestad no estaba muy lejos. No sabría muy bien describir la impresión que me causó el rey. Se podría decir que era como un niño deseoso de una gran aventura pero eso sería, sin duda, incompleto. Cailan Theirin, hijo del rey Maric, era un hombre apuesto, de ojos de un azul profundo y larga cabellera del color del trigo. Era sonriente y con un encanto muy peculiar, un vivo retrato de lo que fue su padre. Cailan gozaba de opiniones contrapuestas dentro de la nobleza de Ferelden, pues algunos no veían con buenos ojos su actitud permisiva hacia Orlais, lo cual lo consideraban casi una traición. Sin embargo, Cailan pensaba que era inútil atarse al pasado, si queríamos avanzar, si queríamos acabar con la Ruina, debíamos acercar posiciones con el Imperio Orlesiano. Me dio una bienvenida muy cálida, casi como a un amigo y tuvo un cariñoso recuerdo a la memoria de mi padre.

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