Capítulo 8 - Lothering

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            “Nos acompaña un perro y, aun así, Alistair sigue siendo el miembro más tonto del grupo.” Morrigan en el camino a Lotherin. 

 

                En el Camino Imperial estaba Lothering. Antaño no fue sino un puesto de abastecimiento para Ostagar y alrededores, pero, poco a poco, fue prosperando hasta ser lo que era: una ciudad con total autonomía y muy bien situada comercialmente. Por desgracia, no se había librado de los efectos de la Ruina, que estaba castigándola duramente. Además de la amenaza de los engendros, los refugiados se agolpaban a sus puertas en destartaladas tiendas, algunos afectados de la enfermedad que te corrompe hasta los huesos. Recordé mi Iniciación, el dolor indescriptible que recorrió mi cuerpo, no pude, o más bien no quise, imaginar padecer eso hasta la muerte. Aquello no me mató, pero me cambió para siempre. La enfermedad de la Ruina es una condena que te hace añorar una espada que ponga fin a la agonía. Cuando llegamos a Lothering aquella ciudad no era especialmente hospitalaria, pero descanso, una comida caliente y un sitio donde dormir no nos faltaron. Los Templarios mantenía el orden a duras penas, pues los bandidos y carroñeros no paraban de aprovecharse de forma vil de los pobres campesinos y  de los que huían de la Ruina. Que los Guardas visitaran Lothering bien podía ser motivo de alegría, pero la realidad era bien diferente. Loghain había puesto precio a nuestras cabezas, esgrimiendo que los Guardas habían traído la desolación y traicionado a Cailan por su sed de gloria. Por fortuna, las gentes de Lothering tenían cosas más importantes en las que pensar.

                 Alistair apenas había abierto la boca desde que salimos de Ostagar, de vez en cuando miraba la espada de Duncan y la rozaba con sus dedos. Se sentía vacío y culpable, solo en medio de una multitud, tal como me sentía yo cuando el comandante me arrastró de Pináculo. Los hirientes comentarios de Morrigan no le ayudaban demasiado, la cual veía debilidad en el Guarda. No pude sino defenderle: cuando te arrebatan a alguien a quien amas, una parte de ti muere para siempre. La bruja no entendía aquello, ignoro la razón, ignoro si puedes vivir al margen de todo sentimiento. Tener recuerdos de los que amaste y perdiste era doloroso, pero nada comparable al vacío de no tenerlos. En cierto modo, me sentía orgullosa de mi dolor.

           Pensé que nuestra corta estancia en Lothering iba a ser tranquila, que nos aprovisionaríamos y echaríamos una mano y nos pondríamos en camino a Risco Rojo lo antes posible pero, como siempre, las cosas se complicaban a nuestro paso. Nuestras provisiones debían durarnos el tiempo suficiente, pero no podíamos marcharnos sin comer. Abusar de la caridad de la Capilla no estaba dentro de nuestros planes, de modo que optamos por ir a la taberna, sitio donde, según nos indicaron y pese a la escasez de aprovisionamiento, tendríamos una comida sencilla y algo de beber por un precio bastante razonable. Una joven de corto cabello oscuro, sonrisa burlona y profundos ojos de brillo de zafiro se apostaba junto a la puerta. Portaba un par de dagas fereldenas y un atuendo sencillo. Raziel olisqueó a su alrededor con intriga.

                - ¡Hola, pequeñín! Vaya, eso quiere decir que no me quito el olor de Loki de la ropa… - se olió la manga- Tengo un mabari como tú, pero más gordo. ¡Mucho más gordo!

                El sabueso ladró contento y la muchacha nos saludó educadamente.

                - Tened cuidado si vais a entrar en la taberna, viajeros. Los ánimos están muy caldeados.

                - ¿Tan mal está la cosa?- pregunté.

                - Y peor que se va a poner… - su voz denotaba tristeza- Mi familia y yo nos vamos de Lothering. La ciudad está perdida. No es nada fácil dejar atrás toda tu vida y empezar de nuevo. Mientras tanto, intento que la ciudad no se venga abajo antes de tiempo.

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