Capítulo 10 - ¡Resistid!

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                “Es como volver a casa, pero con más muertos vivientes.” Alistair al llegar a Risco Rojo.

        

         Conforme avanzaba el día, los ánimos se crispaban y los temores empezaban a aflorar. Algunos soldados buscaban la bendición de la Reverenda Madre como si de ello dependiera la resistencia de su escudo y el filo de su espada. Tuve un momento para recordar a Rory  y me pregunté si su esposa había sobrevivido a los ataques o ya se había reunido con su devoto esposo en el seno del Hacedor. Fuera como fuera, no estaba dispuesta a permitir que la ciudad cayera. No más canciones a los caídos, no zarparían más barcas envueltas con las llamas del último adiós. Las barricadas estaban dispuestas, las espadas brillaban recién afiladas y ancianos y niños se resguardaban en la Capilla a esperar el ocaso.

          Y la oscuridad se cernió como un negro manto. La silueta del castillo y el molino se recortaban sobre la negrura del cielo sin estrellas. El silencio era tenso, solo roto por el salto de agua del molino. Las antorchas crepitaban acelerando los latidos de mi corazón mientras la sangre se agolpaba en mis sienes. Ocurriría pronto.  

                 Como un haz de siniestra y lóbrega luz, una extraña neblina se precipitaba ladera abajo desde el castillo, envolviendo a un repulsivo ejército de muertos vivientes. Podíamos ver el temor en los ojos de los lugareños y en los nuestros. Un nauseabundo olor pronto plagó la ciudad entera y el inhumano grito de aquellos seres ensordecía todos los demás sonidos de la noche. La carne se les desgajaba de los huesos y colgaba de forma grotesca entre sus costillas y sus dedos. Nunca había tenido una visión semejante, ni en mis más locas pesadillas hacía sentido esa mezcla de miedo y repulsión. Al grito de ataque, todos nos lanzamos a la batalla. Alistair y yo permanecimos en el batallón que rodeaba la parte alta, mientras que Leliana y Morrigan nos servían de apoyo en la distancia. Sten por su parte, acompañado de mi fiel perro de guerra, lideraba la guarnición del lago con mano dura. En un instante, Risco Rojo se transformó en Ostagar en mi memoria, solo que esta vez no vacilaría ni un segundo. La fiereza con la que ataqué a los enemigos solo era comparable con el orgullo que me hacía sentir portar la espada de mi familia y la daga del gran Duncan en mi mano torpe.

             Las barricadas frenaban a nuestros enemigos pero, aun así, eran muchos los que resultaban gravemente heridos o caían frente a la fiereza del combate. Los barriles de aceite que se guardaban en los almacenes nos sirvieron de bombas incendiarias. Las certeras llamaradas conjuradas por Morrigan eran letales al contacto con el combustible. Los cadáveres calcinados se agolpaban a la entrada de la ciudad. La jugada había sido hábil y nos había ahorrado muchas bajas. La noche nos daba un respiro para recuperarnos. Me acerqué a Morrigan para preguntarle sobre nuestros enemigos.

                - ¿Por el simple hecho de ser una apóstata tengo que saber sobre cosas siniestras?

                - Recurro a ti porque eres una maga poderosa, no insinúo que tengas que ver con artes de este tipo. Necesito comprender, Morrigan.

           - Entiendo. Perdona mi brusquedad.- añadió con un suspiro- Un nigromante puede devolverle la vida a los muertos e invocarlos para que luchen o le sirvan, pero esto es diferente. Haría falta un poder descomunal para invocar una horda así, un poder que dudo que cualquier humano pudiera reunir por sí solo.

                - ¿Un demonio, tal vez?

                - Y muy poderoso. Hay algo en ese castillo, Sylvia.

                Fui incapaz de descifrar la expresión de su profundos ojos ambarinos, si había algo de miedo en ellos era señal de que estábamos en un peligro más grande de lo que pensábamos. Me alegré de tenerla a mi lado. Sten y los demás se replegaron junto a nosotros, los heridos leves se vendaron y cogieron fuerzas y los más graves, se marcharon a la Capilla para ser atendidos. Cada vez quedábamos menos, pero resistíamos con firmeza. Busqué los ojos vivarachos de Alistair y los encontré entre la multitud, agotados, pero sin perder su brillo.

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