Capítulo 22 - Soledad y fantasmas

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Ferdinand Genitivi resultó ser una compañía muy agradable, aunque la pasión que a veces demostraba por el estudio de la vida de Andraste me desbordaba un poco. Era capaz de volver sobre la misma anécdota una y otra vez, pero verle contarlo con la ilusión de un niño era totalmente delicioso por muy pesado que me resultara. Nos encaminamos de vuelta a Risco Rojo en cuanto nos volvimos a reunir con Bodahn.

Llevaba las cenizas en aquella pequeña bolsita de cuero y, por alguna extraña razón, necesitaba sentir su tacto sobre mi piel. Nunca fui una mujer religiosa, nunca me arrodillé a rezar como se esperaba de mí, pero lo visto en el Templo de Andraste, me cambió para siempre. Todo mi viaje lo hizo... Pensé que la amargura de la traición de Howe no iba a dejarme avanzar ni luchar, pero tener una razón para hacerlo me dio el valor que necesitaba.

Llevábamos un buen trecho de camino y nos dispusimos a acampar antes de que la oscuridad nos alcanzara. Junto a nosotros, un precioso salto de agua nos mecía con su agradable canto. Anduve un poco por las orillas hasta un remanso de agua fría y cristalina. La tentación de desnudarme y meterme dentro a refrescarme era una deliciosa fruta prohibida. Mi cabello estaba pegado en una trenza, lleno de polvo y sudor y armadura de cuero ligero se volvió tremendamente pesada de repente. Miré a todo los lados para cerciorarme de estar sola. Me despojé de la armadura, que cayó pesadamente al suelo como si, en realidad, fuera una gran coraza. Mantuve cerca mi espada, en la orilla, pues me sentía más segura con ella al lado, por muy desnuda que estuviera, estar lejos del legado de mi familia me hacía sentir realmente indefensa. Solté mi cabello y, sin pensarlo, me sumergí en el agua, que purgó las penurias de mi cuerpo como si lo purificara. Haciendo burbujas con la nariz, nadando de un lado para otro o chapoteando como una cría, aquel pequeño momento de deliciosa soledad casi infantil, era lo que mi espíritu necesitaba después de tantas emociones diferentes. El agua bajaba helada, pero me daba igual, para mí, aquello era más gloria que la propia presencia del Hacedor.

Pensé en lo que me gustaría compartir ese momento con Alistair, pensamientos impropios de una dama, sin duda, pero que, por mucho que me esforzara, no desaparecían de mi cabeza pese a que luchara contra ellos. Perdida en pensamientos, algunos de los cuales me daría vergüenza confesar, un ruido me puso de pronto en alerta. Olvidándome de toda sutileza y sigilo, salí del agua de un salto y me puse la sobrecamisa, que, de forma instantánea se me pegó a la piel empapada. Mi fiel espada no andaba lejos...

- ¡¡Alistair, por el Hacedor!! No me des estos sustos...

- Lo-lo siento. – su voz se entrecortaba y no paraba de mirarme con ojos tímidos.

Sentí el impulso de ser descarada pese a que era consciente de que me arrepentiría después, de modo que no lo hice. Alistair parecía algo abochornado y bajaba los ojos de vez de en cuando. Se sonrojaba levemente. Nunca había visto nada tan dulce. Sonreí y me devolvió una sonrisa mitad calor mitad sonrojo.

- Nos han emboscado, Sylvia. – dijo mientras miraba hacia otro lado mientras terminaba de vestirme.

- ¿Salteadores de caminos?

- No... Asesinos. Venían a por Leliana de parte de alguien. Parece que el pasado de nuestra bienintencionada hermana de la Capilla estaba más cerca de lo que ella creía. Ella te lo explicará mejor. Por fortuna, hemos podido pararlos y vamos a interrogar a uno de ellos, ella quiere que estés presente.

- De acuerdo.

- ¿Qué hacías aquí sola? – el tono de su voz había cambiado y parecía más preocupado que enfadado, que era lo que realmente hubiera sido más factible.

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⏰ Última actualización: Jan 25, 2016 ⏰

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