33. Siempre vuelvo a pensar en él

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Los niños tienen cinco años y hace tres, ella se divorció de su esposo tras enterarse de que le había sido infiel por más de siete. Afortunadamente ella pudo superarlo y ahora tiene una relación con una mujer de nombre Maritza, con quien se ve más feliz de lo que se veía cuando estaba con Patricio.

—Nonna! [¡Abuela!] —grita Anto, iniciando su carrera en busca de la señora. Su hermano, por el contrario, continúa sus pasos hasta situarse junto a sus otros primos, comenzando de inmediato a hablar sobre sus intereses.

La niña continúa a abrazar a mi tío y primos y yo me acerco a mi tía para saludarla. Ella es la antecesora de mi padre, pero solo por unos minutos, pues ellos también son mellizos.

—También nos alegra verte. ¿Tus papás están aquí? —pregunta mi tía, luego de que saludo a ambas. Ni siquiera alcanzo a responderle, ella encuentra su respuesta cuando ojea alrededor de la sala—. Entonces tenemos que igualar la navidad a la suya para que lo pases tan bien como todos los años —añade en complicidad con Maritza, que asiente con convicción procurando convencerme.

Quizá olvidan que ya no soy una niña que se deja nutrir con mentiras.

Le hago saber que solo el hecho de que hayan venido es suficiente y me despido por el momento para saludar a los pequeños con verdadera alegría. Siempre he tenido debilidad por los niños, y extrañamente tengo una especie de aura magnética que los atrae hacia mí.

Luego de abrazarlos y halagarlos, me retiro a tomar agua a la cocina, deseosa por un mínimo descanso de sentir y agobiada por muchos sentimientos entre los que predomina la tristeza, porque aunque parte de la familia está aquí, no están mis padres, y es la primera navidad que no estoy junto a ellos. Eso me deja inevitablemente triste.

O esa es la emoción que empieza a resurgir hasta que escucho a mi mamá a lo lejos.

Quiero creerlo.

Dejo el vaso en la cocina y corro dando trompicones de vuelta a la sala. Ellos se encuentran allí con algunas maletas y traen el mejor regalo que podría pedir: mi mejor amiga en Italia.

—¡Hey! —exclama Yul al verme, corriendo hacia mí con los brazos abiertos. En este momento no me importa ser el centro de atención de todas las miradas por una escena dramática, solo por ella, y también corro en su búsqueda—. No te haces una idea de lo que te he extrañado, estúpida. Te odio.

Me doy cuenta de que la he extrañado mucho más cuando escucho la forma en la que se dirige a mí, demandante y exigente pero cariñosa, e inevitablemente dejo salir una risita escandalosa.

—Y yo no puedo creer que te quiera tanto, Yulia —la molesto, apretándola con fuerza antes de apartarme.

—Es inevitable quererme, soy genial. —Guiñe, presuntuosa.

Niego con la cabeza, dispuesta a no alimentar su ego aunque pienso que tiene razón y la arrastro conmigo de vuelta a mis padres, a quienes abrazo en conjunto, realmente agradecida por la sorpresa. Estoy orgullosa incluso por haberme atrevido a comprarles algo esta mañana.

Les saludo y veo a mi amiga, que no ha tardado en integrarse a la familia y conversa con mis tíos animadamente. Observo que Rugge no le despega la mirada de encima y me despido de mis papás para ir a presentarlos, porque por cuestiones de la vida no he podido hacerlo antes y no hay nada que me urga más hacer.

Mis padres se acercan a saludar al resto de la familia y emocionados entre besos y abrazos, los dejo para volver junto a mis primos con Yulia a rastras.

—Tienes que conocer al chico más guapo del mundo entero —bromeo al colocarla frente a Rugge, quien me guiñe antes de levantarse del sofá y estirar su mano para presentarse decentemente a mi amiga.

Canela ©Where stories live. Discover now