Verde

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Cielo suspiró con resignación al darse cuenta de que se encontraba otra vez en el callejón. Se entristeció y molestó, pero solo un poco. Ya se estaba acostumbrando.

—Verde —murmuró—. El color que vi antes de estar en el callejón fue este, un verde oscuro... Las otras veces ¿qué colores vi? El anterior fue amarillo; antes de eso fue naranja y el primero fue rojo, sí. ¿Qué significan esos colores? ¿Por qué me suenan? Ah, cierto, son los mismos colores de las gemas... y de los lugares en los que estoy a solas con Mía.

Reflexionó unos segundos sobre el asunto, pero solo llegó a la conclusión de que debían ser los colores representativos de cada dimensión. No se le ocurrió por qué tenían que ser esos ni por qué se daban en ese orden.

«Ay, Mía, ¿a dónde te vas cuando yo estoy aquí?». Se presionó las mejillas con las palmas de las manos, intentando tranquilizarse. «Maldición, en serio que ya me estoy enamorando de ti».

Salió del callejón. Aunque ya empezaba a atardecer, aún había suficiente sol. La ciudad se veía relativamente tranquila; parecía bastante real. Recorrió un poco la zona, cautelosa, esperando que sucediera algo. Para su agrado, nada ocurrió. «Bueno... ya que todo está tan tranquilo, tal vez debería aprovechar para relajarme». Sonrió con ironía. «De seguro cuando me empiece a relajar algo pasará».

Se dirigió a un café en la plaza cercana. Pidió un sándwich y una malteada, y se sentó en un sillón ubicado junto a una ventana. Al otro lado de la mesita frente a ella, la cual estaba decorada con una flor en una maceta, había otro sillón. Como no había mucha gente en el café, no le importó ocupar tanto espacio.

Tras unos minutos, el mesero le llevó su orden y ella comió tranquilamente. Al finalizar casi se queda dormida de lo satisfecha que estaba. Si no lo hizo fue porque sabía que tenía que estar más alerta.

«Aah, y ¿ahora qué? Ya me estoy aburriendo». El pensamiento le provocó gracia. «No puede ser, una de las cosas que más quería era tranquilidad y ahora resulta que me estoy aburriendo». Suspiró y entonces recordó que llevaba su celular. Se metió a Facebook y la actividad se veía como siempre; incluso se preguntó si no estaría ya en la realidad. Sin embargo, comprobó que no era así cuando vio una publicación de un contacto que antes no tenía: Mía.

Parpadeó varias veces para cerciorarse de lo que sus ojos percebían. Se metió a su perfil y observó la foto en la que la chica salía con una plácida sonrisa y flores de fondo. «No puede ser».

De repente, escuchó una voz conocida y levantó la mirada. Justamente era Mía, pidiendo su orden en el mostrador. Estaba vestida casualmente y cargaba una mochila.

Estupefacta, Cielo chocó con la mesita al ponerse de pie. Mía volteó por el ruido, le sonrió y la saludó con la mano.

—¡Cielo, hola! Qué curioso que nos encontremos aquí —comentó para luego sentarse frente a ella, dejando su mochila en el sillón.

Cielo se sonrojó, aún perpleja.

—Um... hola. —Bajó la voz y se le acercó por encima de la mesa—. Oye, ¿qué haces aquí? ¿No deberías estar en un lugar haciendo magia o algo así?

Ella se rio.

—¿De qué hablas? Por lo general a esta hora estoy en mi casa, como tú.

—¿Como yo? —Sacudió la cabeza—. No, no, ¿cómo que de qué hablo? ¿Tú de qué hablas? Ah, ya sé: esto debe ser una prueba, ¿verdad? Está bien, pasaré la prueba, ya verás.

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