Naranja

326 18 14
                                    

El color naranja oscuro lo abarcó todo.

Al percatarse de que se encontraba de vuelta en el callejón, se levantaron sus ánimos. Las personas transitaban con normalidad en la calle iluminada por el atardecer. «Lo logré: estoy de vuelta». Corrió para subir al camión que la dejaría en su casa, pagó y se sentó. Intentó prender su celular, pero al parecer se había quedado sin batería. Resignada, miró por la ventana y frunció el entrecejo.

—Señor, ¿por qué cambió de ruta? —le preguntó al conductor, inquieta.

—No se preocupe, señorita —contestó él con una sonrisa—, vamos al lugar de siempre.

Perpleja, confió en él y volvió a tomar asiento. Minutos después, el camión se detuvo.

—Hemos llegado, señoras y señores, disfruten su día.

Todos los presentes se pusieron de pie y salieron. Cielo se dirigió al conductor, irritada.

—Pero, señor, tengo que llegar a mi casa. Allí me dejaba la antigua ruta. ¿En serio no va a seguir conduciendo? ¿Ve que sí cambió de ruta?

El chofer tomó sus cosas y salió del camión sin responder. Molesta, ella lo siguió.

—Oiga, mínimo dígame dónde estamos.

—Estamos en la Casa de la Cultura —respondió una voz familiar.

Volteó. Allí estaba Francisco, el chico con el que salía, sonriéndole.

—¿Nunca habías venido a la Casa de la Cultura, Cielo?

Se sintió incómoda. Le alegró ver a alguien conocido, pero no que fuera él.

—No... Eso no importa ahorita. Lo que necesito es llegar a mi casa.

—¿Por qué tanta prisa? Vamos, hay que entrar para que la conozcas.

Se acercó y la tomó por la cintura. Ella intentó alejarse, pero no pudo.

—No, no, Francis, en serio, necesito ir a mi casa ya.

—¿Por qué? ¿Qué ocurrió?

—No es algo de lo que quiera hablar. Déjame ir.

Francisco no respondió ni la soltó. Por alguna razón, ella tampoco podía dejar de caminar hacia el edificio grande y color vino. Entraron por la puerta doble de cristal y se dirigieron a un salón en el que impartían clases de pintura. «Ay, no, ¿qué estoy haciendo aquí? ¿Por qué todo es tan raro?». Miró a todos lados, sintiendo un ambiente conocido. «Oh, no... ¿en serio sigo atrapada? ¿En serio sigo en el Triángulo? Pero Mía me dijo que si despertaba regresaría a mi dimensión... y desperté, ¿no? Incluso aparecí en el callejón en un día normal. Ay, no es cierto, ¿en serio sigo atrapada?».

Ambos tomaron asiento frente a dos grandes lienzos. El profesor no reaccionó ante su llegada; estaba diciéndole a los alumnos que podían pintar lo que quisieran.

—Bueno, Francis —murmuró ella, aún con la esperanza de encontrarse en la realidad—, aunque sea préstame tu celular para contactar a mi madre

—No, Cielo. Ya empezó la clase. Vamos a pintar.

—Maldita sea, dame tu celular.

Él la ignoró y se concentró en su pintura.

«De acuerdo, definitivamente sigo atrapada. Francisco nunca me ignora y siempre me presta su celular». Se sintió culpable porque él siempre era bueno con ella, mientras que ella lo trataba fatal. Recordó las otras personas con las que había salido y se había comportado así, lo cual la hizo sentirse peor.

Los tonos del cieloWhere stories live. Discover now