Prólogo

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Ya son diez personas las que desaparecen en aquel lugar al que llaman «El Triángulo». Se le puso ese nombre haciendo referencia al Triángulo de las Bermudas, pues en realidad nadie sabe con certeza a dónde van a parar los desaparecidos. El lugar es un callejón que se encuentra en el centro, al lado de un restaurante japonés que ahora es poco frecuentado debido a los recientes acontecimientos.

Las desapariciones iniciaron hace aproximadamente medio año. Se sabe que sucedieron en el callejón porque allí se encontró algo que coincidió con todas las víctimas: una pequeña canica color arcoíris, que solo podía ser recogida por las personas cercanas a los involucrados. Si alguien más intentaba tomarla, la canica adquiría un peso descomunal que nadie ni nada podía levantar; además, si se permanecía mucho tiempo cerca de ella, a los extraños los invadía un malestar que los forzaba a alejarse. Por ello, el destino de las canicas de los desaparecidos que no tuvieran allegados se limitaba a permanecer en el callejón.

Los casos cuatro, siete y nueve, cabe remarcar, se encontraban acompañados. Las personas que iban con ellos aseguran haber visto a sus compañeros literalmente desaparecer, dejando en su lugar una canica. No habían escuchado el rumor de las anteriores desapariciones o simplemente no creían en él, por lo que no temieron pasar por el sitio. Ahora, sin embargo, no paran de decirles a los demás que no pasen por ahí.

Algo que se descubrió con la quinta víctima fue que al parecer todos los perjudicados compartían una carencia total de objetivos: una indiferencia absoluta hacia la vida. Incluso, se llegó a pensar que algunos habían ido al callejón con la finalidad de suicidarse.

El gobierno intentó hacer algo al respecto, pero al querer mandar agentes a aquella supuesta otra dimensión a donde fueron las víctimas, no lo consiguieron, pues ellos tenían el objetivo de solucionar el problema. También intentaron examinar las canicas, pero como no eran personas cercanas a los desaparecidos, ni siquiera fueron capaces de observarlas detalladamente por más de cinco segundos. Resignados, lo único que han podido hacer es colocar cintas de seguridad en las entradas del callejón porque son bastantes los que se niegan a que se cierren completamente por si los desaparecidos vuelven a aparecer allí.

Solo quedaba esperar que nadie con nulos deseos de vivir quisiera pasar por el Triángulo, lo cual era poco probable, ya que ahora la mayoría de la ciudad estaba enterada de la situación y el lugar se encontraba restringido.

Sin embargo, una chica de diecisiete años sería la representante de aquella baja probabilidad; una chica que, más que sentirse perdida y deprimida, se sentía inclinada a cumplir sus deseos, los cuales eran prueba clara de una indiferencia peculiar, ya que tenía objetivos que en realidad no lo eran, pues no la llevarían a ningún lado. Deseaba herir a los demás, ser la más atractiva, jugar con sus amantes, tomar, drogarse y vivir en el ocio. No hacía el esfuerzo por adquirir conocimiento alguno, por desempeñarse en alguna disciplina, ni por tener relaciones significativas. Deseaba ser libre y vivir a su antojo, una vida que más bien parecía muerte.

*

Cielo abrió su libro de literatura, lo hojeó durante unos segundos, hizo una mueca y lo aventó contra la pared.

—Mierda. No, no, no estudiaré hoy. ¡No estudiaré nunca!

Su mamá entró de inmediato a la habitación.

—Y ahora ¿qué escándalo haces? —Observó el libro tirado en el piso y frunció el entrecejo—. En serio te gusta desperdiciar lo que invertimos en ti, ¿verdad? Recógelo. Y cambia esa actitud, que es irritante.

—¡Mamá, se toca antes de pasar!

—Recógelo ahora mismo, Cielo.

La chica se puso de pie a regañadientes y agarró el libro.

Los tonos del cieloWhere stories live. Discover now