20. No gracias, Hestia

Comenzar desde el principio
                                    

Me obligo a dejar mis pensamientos porque ya ha sido demasiada tortura y pongo el secador en la cómoda, luego me peino. Aplico crema en la frente donde la temperatura me afectó y seguido me coloco la pijama, antes de recostarme en la cama a ver el techo intentando que el sueño se apodere de mí, cosa que también me resulta imposible.

Luego de unos minutos de vuelta y vuelta sobre el colchón, ya boca abajo en la posición que tomo para dormir, mis párpados se vuelven pesados y creo que al fin podré dormirme, pero el conocido sonido de un celular me lo impide. Uno que no oía hace tiempo y me confunde.

Mi celular.

Me levanto de un respingo cuando asimilo lo que está pasando, pero permanezco sentada en la cama porque el tono que tengo para la aplicación de WhatsApp se detiene al instante. Me río de mí misma, convenciéndome de que estoy alucinando por el deseo de tenerlo en mis manos de vuelta.

No me sorprende, ahora que me siento tan desequilibrada.

Me dispongo a acostarme de nuevo sabiendo lo difícil que será volver a retomar el sueño, pero vuelve a sonar y esta vez sí me lavanto, segura de que mis percepciones no me están jugando una mala pasada y que realmente mi celular está en algún lugar de la habitación aunque me parezca imposible.

Intento agudizar la audición para identificar de dónde proviene el sonido, pero se detiene y lo complica. No me detengo a pesar de eso; camino hasta las pequeñas mesas que se encuentran a ambos lados de la cama y abro cada una de las gabetas, pero no encuentro nada.

Continúo y busco debajo de mis almohadas y los cojines del sofá sin el resultado esperado, casi corro hasta el armario para hacer lo mismo y finalmente remuevo en los cajones de la cómoda convencida de que allí se encuentra cuando oigo que vuelve a sonar, pero tampoco lo veo.

Cuando estoy por darme por vencida, sintiéndome ridícula por perder el tiempo en un imposible, me percato del pequeño bolso que llevé a la fiesta y lo abro como última opción. Es allí donde está, con la batería en noventa y tres por ciento y varios mensajes y llamadas perdidas anunciadas en la pantalla. Tiene un fondo diferente al que le dejé la última vez y ahora muestra una foto que me hice en el Coliseo cuando viajé a Italia, una de mis favoritas.

Lo extraigo, todavía incrédula, y lo llevo a mi pecho inconscientemente con una sonrisa adornando mis labios por la felicidad de volver a tenerlo conmigo. No sabía que lo había extrañado tanto hasta ahora.

Vuelvo a la cama y desbloqueo la pantalla para revisar los mensajes de la bandeja, pero no me abandona una duda.

¿Cómo ha llegado allí?

Ni siquiera me he percatado en toda la noche de que el peso del bolso cambió, y de cualquier modo me resulta extraño. No lo perdí de vista por mucho tiempo.

¿En qué momento lo dejó allí?

Lo ignoro por el momento, porque a fin de cuentas lo tengo de vuelta y nada más importa.

Noto que tengo mensajes en el grupo de mis amigas, otros de mi primo Ruggero, su amigo Mateo, Andrés y algunos otros que no captan mi atención, a excepción de un número desconocido en WhatsApp al que reviso de inmediato y que no tardo en comprender que es de Liam, aunque él no se anuncia.

Su foto de perfil donde se encuentra con su hermana no influye, lo habría identificado aunque esta no estuviera presente solo con ver lo que me envía en su texto. Nadie más es capaz de arruinar mis días, y él se está disculpando por haberlo hecho.

Canela ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora