『P』『r』『ó』『l』『o』『g』『o』

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Había una vez un reino sin nombre, residente en el Cielo, cuyos gobernantes no eran más que hombres desvergonzados y sin pudor.

Por eso, una noche, mientras todo el reino dormía, y sin que nadie se diera cuenta, fueron enviados a la Tierra y encerrados en una cueva con nula luz.

Al despertar todos y ver la situación, no puedieron evitar sentirse afligidos.

-Skygall...Ese debe ser el nombre del reino condenado a dejar el Cielo por causa del cinismo y la desvergüenza de sus gobernantes-les dijo la diosa Ari, esa por la que tanto se regían ellos, y la misma que los había condenado.

La diosa Ari, o la diosa de los cristales, se caracterizaba precisamente por ese detalle: manejaba unos cristales mágicos que llevaban por nombre: Laith.

-No seré tan mala. Suficiente tienen con tener que vivir encerrados y sin iluminación-continuó hablando la deidad-. Les dejaré a cargo gran numero de mis cristales, quienes los iluminarán y les brindarán el oxígeno que necesiten. Recuerden que ellos y su magia también pueden ser usados por ustedes, y en sus manos queda el utilizarlos correctamente.

La figura fantasmal de la diosa desapareció, dejando un destello de luz que hizo a todos cerrar sus ojos, pues llegó a ser molesto.

Cuando gobernantes y pueblerinos miraron a su alrededor, ya no había oscuridad, muy por el contrario los hermosos y brillantes cristales Laith brillaban por todos los alrededores, incluso, la diosa se tomó el trabajo de ubicarlos en sitios estratégicos, como en los alrededores de los parques, en la punta de las torres más altas del castillo, en las calles, en las puertas de las casas y edificios, y finalmente, en los alrededores de una bella y abundante cascada, donde, al estar en contacto con el agua, de los vidrios salía una especie de relajante melodía.

-De todos depende el futuro incierto de Skygall-se escuchó por última vez a la diosa Ari.

Pasaron los años y los cristales fueron bien utilizado por todos los habitantes del reino.

Los utilizaban en la agricultura como sustitutos del Sol, en el comercio, pues hallaron la manera de crear sus propias copias de dichos vidrios para venderlos de diferentes formas, y finalmente, muchos se dedicaron al estudio y entendimiento de éstos objetos mágicos, y quienes lo hacían se hacían llamar hechiceros, pues aprendían a manejar la magia de los cristales

De hecho, hubo una data en que los cristales se oscurecieron, no por completo, pero aparentaban un color grisáceo.

Y ese día, se descubrió que, al igual que el motivo de su condena, el esplendor y color de los cristales dependían de sus gobernantes, sus estados de ánimo, así como el color de su alma.

Durante siglos fueron viviendo, diferenciando los días de las noches gracias a la mucha o escasa iluminación de los cristales, cambiando de gobernantes, pero nunca se les pasó por la cabeza el salir de la cueva, salir a explorar la Tierra, sacar al pueblo de la miseria de tener que depender de cristales mágicos para poder sobrevivir.

Teniendo en cuenta que fueron desterrados en pleno siglo XIV, pasaron cinco siglos más, a inicios del XIX más específicamente, para que se percataran de ese último hecho y decidieran crear campañas de exploradores.

Sin embargo, nadie esperó que se aproximara una desgracia.

Sin embargo, era una desgracia que definiría el futuro del reino de Skygall.

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