5. El idiota que ella dice que soy

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—Bueno, es que la gente decía que no lo hizo con intención y...

—No me interesa lo que diga la gente —lo corto, porque los comentarios y teorías infundadas del resto sí me molestan. Igual sé que tienen razón, pero no voy a admitirlo—, ¿o es que acaso estuviste ahí para confirmarlo? —puntualizo inexpresivo.

Christian ahoga una risa al ver a Eduardo titubeando y no dice nada. A él no solo no le importa esto, sino que le divierte ver nuestras discusiones ridículas que no pasan de un par de minutos. Además, jamás puede mostrarse serio, aun cuando se trata de un asunto de vida o muerte, y no evita añadirle un matiz de jocosidad a todo.

De todos nosotros, Christian, el castaño de ojos cafés, es el más frío, despreocupado y también irracional. Es impulsivo y quien tiene menos tacto al dirigirse a otras personas; es el más vago, criticón y además, quien tiene fascinación por una vida libertina. Chris es del tipo burlón, le gusta reírse de los demás aunque en ocasiones lo haga sin reparar en que les cause daño a otros. Es rudo, le encanta decir que no tiene sentimientos y que en su idioma no existe la palabra amor o enamorarse. Muchas veces es un completo imbécil, pero le tengo tanto aprecio como al resto y también lo considero un hermano.

No confío tanto en todos como lo hago con Maximiliano para contarles mis asuntos más personales, pero del resto mi lealtad la tienen al completo.

Eduardo, el rubio de iris azules, es el tímido del grupo; silencioso, sensible y apasionado. Es un tanto disperso y distraído. Andrés, el moreno alto de ojos verdes y pelo oscuro, es el tierno, aunque con el equilibrio entre este aspecto y lo bromista ligado al misterio, es apegado también, y su apariencia física no deja de brindar el aura de su personalidad. Pero más que eso, es buen amigo y responsable.

Maximiliano es mi amigo de siempre, el paliducho de cabello azabache y ojos grises. Su personalidad podría ser opuesta a la mía, pero la verdad es que no lo es tanto. Es bromista, insistente, sociable en demasía y le gusta verse rudo, pero no deja de ser el sentimental que generalmente se torna insoportable. La confianza que le tengo es absoluta, y lo considero mi hermano mayor por seis días de diferencia.

Yo, por mi parte, no sé cómo definirme. Creo que nada me define mejor que ser un dramático sin remedio, porque lo llevo en la sangre. Soy una persona sociable también, pero en ocasiones mi personalidad tan atípica hace que a los demás les provoque asesinarme, porque soy terco, irascible y no puedo negarlo, también un tanto petulante. Pienso que tengo un poco de las características de mis amigos con excepción de Eduardo, porque tranquilo no puedo ser, pero cuando quiero a alguien, lo hago al completo y me entrego a todo con lo que me apasiona.

Si tengo que hablar de mi actitud en el colegio, no terminaría, pero se resume a que desde hace varios años los chicos y yo nos hemos pasado el curso entero gastándole bromas pesadas a los demás. Esto nos trajo problemas y a inicios del curso anterior decidimos parar para esforzarnos en actuar con madurez, cosa que en realidad no es tan difícil.

Ahora, si hablo de mis discusiones con Arya, creo que son tonterías y con respecto a eso no puedo parar. No lo hago con intención de herirla como lo haría Chris, aunque sé que en más de una ocasión lo he hecho. Pero simplemente no puedo detenerme porque disfruto a sobremanera el verla molesta; me divierto, no va más allá de eso. Aun así, me inquieta que desde que ha empezado este año siento la necesidad de estar más al pendiente de ella que de costumbre y de conseguir su atención aunque sea molestándola. Es jodidamente linda, y ese es un factor más.

No puedo negar que me arrepiento de haberle hablado mal aquella primera vez y de haberla hecho llorar porque es algo que no me gusta, pero no sé cómo acercarme de otro modo para disculparme y simplemente dejo todo como está. Ella me inquieta de algún modo.

Canela ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora