De cuando Gia no quiso contarle a nadie que tenía pesadillas

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No le había dicho a nadie que hubiesen vuelto sus pesadillas. ¿Para qué? El mundo ya estaba lo suficientemente ahogado en su pandemia particular. Además, claro está, del detalle de que su mundo particular durante la pandemia nacía en Selene, pasaba por Julius e iba a morir a Storm. Las personas a las que más quieres son las últimas que te atreverías a preocupar más de lo que ya les pueda estar agobiando el mero hecho de mantenerse vivas en un semi-apocalipsis.

Al menos eso es lo que tu cerebro piensa si respondes al nombre de Giada Dazzo.

Siendo fieles a la realidad, tampoco eran pesadillas-pesadillas. No como las de antes. Más bien notaba un desajuste extraño cuando cerraba los ojos, un tembleque que agitaba cada fibra de su pensamiento y que no la dejaba dormir del todo. De todas formas, lograrlo terminaba siendo peor que ver las horas pasar en duermevela. Llevaba tres noches despertándose de madrugada con los pulmones cortados y colores saturados nublándole la vista, tardando diez, quince, veinte segundos en discernir si la cama en la que estaba tumbada era la de la casa de sus padres, la del hospital o la de aquel piso que no era suyo. ¿Qué hacía en aquel piso que no era suyo? ¿Por qué estaba sola en esa habitación decorada con pósters de artistas que nunca había escuchado, por qué estaba sola en esa habitación, por qué estaba sola?

Entonces se acordaba. Muy poquito a poco. El viaje a Turín. Los cuatro juntos otra vez, después de tanto tiempo. El paseo a la orilla del Po la primera noche (y lo mucho que brillaban las estrellas). El picnic de pizza a porciones en el parco del Valentino (y Selene un poco contentilla por el vino blanco, burbujas centelleantes en la copa). El tremendo espectáculo del antiguo circo de la madre de Storm (y cómo sus ojos refulgieron al mirar el escenario igual o más que las estrellas). El anuncio de la cuarentena, que los pilló apoyados en la pared de una estación de metro cualquiera (y las bromas de Julius, que decía que así no les quedaba otra que pasar más tiempo juntos).

No era una broma del todo.

Sus billetes de vuelta tenían fecha para casi dentro de dos semanas. En su momento les había parecido poético, tan tontos como eran, porque dos semanas fue lo que duró Saint Zeno's. Además, estaban quedándose en el piso de uno de los primos de Gia: estudiaba en Turín, pero él y sus compañeros habían vuelto corriendo con el resto de sus familias en cuanto empezó a cundir el pánico. Ellos cuatro cancelaron el Airbnb que tenían reservado y eso que se ahorraron.

Ya por la noche, una vez llegaron a ese piso en el que todos eran extraños, tuvieron una solemne reunión de pijamas en el suelo del salón. No iban a echar por tierra lo que les quedaba de viaje. Es decir, serían responsables, no saldrían de casa para nada que no fuera de primera necesidad, pero al menos seguiría quedándoles ese tiempo juntos. Sería hasta divertido pasar un par de semanas fingiendo que vivían en un universo en el que ser compañeros de piso no era una locura. Ya se buscarían la vida para llegar al aeropuerto después. Sí, dos semanas. No se alargaría más tiempo. No parecía una cosa tan grave. Al principio.

A Gia se lo llevaba pareciendo desde mediados de febrero, cuando sus padres empezaron a pasarle fotos de los supermercados de Milán con las baldas vacías, la gente corriendo por el papel higiénico, vídeos virales de señores lamentándose por la sequía de pasta. Emisiones especiales del telediario a todas horas. Comparecencias en directo. Estado de emergencia. Pánico general. Caos. Terror. Respiraciones aceleradas. Ruidos que suenan más fuerte de la cuenta. Desconfianza. Miedo. Miedo, culpa, miedo.

Sí, a lo mejor tenía que haberse dado cuenta de aquellos pequeños signos de advertencia antes de que las pesadillas vinieran a rematar el frosting de la tarta. Pero no quería pensar en ello. No justo entonces, cuando apenas quedaban días para el reencuentro y no dejaban de mandarse mensajes hasta bien entrada la noche hablando de la de cosas que podrían hacer una vez estuvieran juntos. No justo ahora, cuando Julius dormía en la habitación de al lado y Selene en la de enfrente y Storm en el sofá del salón.

Una cuarentena que nunca acabaWhere stories live. Discover now