Capítulo 1: Azae Bailey

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Ella era polvo de estrella

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Ella era polvo de estrella

en un mundo lleno

de luces artificiales.

-Ron Israel.

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El camino se estaba haciendo interminable, tanto que ya no recordaba el tiempo que había pasado mirando como una autómata a través de la ventanilla trasera del coche.

Toda esta situación me había agotado, por lo que decidí cerrar mis ojos cuando en ese instante escuché a mi madre.

—¿Azae estás mejor? —preguntó endulzando su voz.

No sé qué esperaba realmente que respondiera. Llevábamos más de dos horas encerradas en aquel maldito coche, y lo único que repetía era cómo sería la nueva casa, nuestro increíble vecindario, y la futura universidad a la que asistiría.

Parecía que su intención era evitar la realidad, y tampoco la culpaba. Pero yo solo quería volver a casa, esconderme dentro de mi cama y esperar que todo aquello fuera una pesadilla de la cual me reiría a la mañana siguiente. Llevaba esperando eso desde hacía tres años.

Todo se había convertido en una auténtica locura, mi vida había dado un giro de 180 grados y ahora era considerada una persona inestable.

Asimilar el hecho de que mi cerebro creaba personas, situaciones, y recuerdos que no habían tenido lugar, no era fácil. Concretamente asimilar que mi amiga no existía, o eso era lo que todos decían.

Dejé de lado mis pensamientos, miré a mi madre a través del retrovisor y le sonreí. Ella pareció satisfecha y volvió su mirada a la carretera. Aproveché ese momento para observarla detenidamente.

Ella aseguraba que los motivos de nuestra mudanza no eran otros que la increíble posibilidad de abrir aquella pequeña tienda de repostería con la que siempre había soñado. Sin embargo, sus expresiones la delataban. Esos ojos azules ya no tenían el brillo que antaño los caracterizaba, y la larga melena caoba que antes bañaba su espalda ahora era una maraña de pelo. La verdad es que Ada Bailey no era la misma, estaba devastada y todo era mi culpa.

Mi cabeza seguía dándole vueltas a aquella situación, hasta que un cartel capto mi atención:

"Bienvenido a Stown, estado de Vermot."

Todo en ese lugar me daba escalofríos, había una intensa neblina que cubría el pueblo completamente.

Stown estaba lleno de vegetación, pero no, no os imaginéis un precioso campo lleno de flores chicos. Este sitio era tétrico, parecía que te hubieras adentrado en un pueblo abandonado, en el que se han olvidado de mantener la naturaleza a raya. Donde el tono predominante no era el verde, si no el gris, una inmensa gama de grises.

Una vez avanzamos entre las desérticas calles, mi madre estaciono su coche.

—Cariño debo de parar un segundo en la tienda a comprar un par de cosas —dijo, a lo que yo me quedé callada—. ¿Qué te apetece?

De nuevo, silencio.

—Azae ¿no vas a decir nada?, necesitas comer algo para tomar la medicación —dijo dibujando una sonrisa ya forzada en su rostro, mientras yo respondía con un simple bufido—. Vale perfecto, me tomare eso como un «Sí mama, tengo muchas ganas de unos espaguetis con salsa, por favor»—. Dicho esto, cogió su bolso que antes reposaba en el asiento del copiloto, y se marchó, dejándome en el parking de la tienda de comestibles.

Después de treinta minutos sentada en el asiento trasero, y cansada ya de esperar decidí bajarme del coche. Una vez en el exterior y comenzando a recuperar un poco la movilidad de mis piernas, observé el reflejo que me ofrecía la ventanilla trasera de la moderna ranchera.

Mi pelo cubría parte de mi cara, junto con las pequeñas constelaciones de pecas que se esparcían por toda ella.

A su vez, mis grises ojos, apagados y ojerosos junto con mi pálida piel parecían entonar con el paisaje lúgubre de Stown. Por no mencionar mi blanco cabello, el cual resultaba muy interesante para todo aquel que se cruzaba conmigo. Y al que los médicos calificaban como "un extraño fenómeno genético". En resumen, físicamente era un completo desastre, y mentalmente estaba rota.

Mi cuerpo se puso alerta cuando escuché el escandaloso maullido de un gato a unos pocos metros de distancia. Una extraña sensación comenzó a invadirme y sentí que alguien me observaba.

Fue en ese momento en el que lo vi.

Había alguien mirándome desde el otro lado de la carretera. Era un chico, alto, del cual no logré llegar a vislumbrar su rostro. Llevaba una capucha y parte de su negro pelo obstaculizaba sus facciones. 

Había algo en el que me quitaba la respiración. No, no me estaba enamorando, mi vida no es la típica novela cliché precisamente. Ese tipo tenía algo raro, no sabía exactamente que era, pero su figura se veía imponente y parecía acoplarse perfectamente a la neblina que cubría Stown.

−¿Azae que haces aquí fuera? Hace frío, entra al coche —. La aparición de mi madre me sobresaltó y me gire hacía ella para verla cargar un par de bolsas en cada una de sus manos—. ¿Qué estabas mirando?

—Nada, he visto... había alguien...—. No entendía exactamente que me ocurría, era como si no pudiera articular ninguna frase completa.

—Venga anda, entra al coche, te vas a enfermar —susurró mi ella, mientras acariciaba mi espalda. Decidí hacerle caso, pero antes, de forma instintiva, volví mi vista hacia aquel lugar que había captado mi atención con anterioridad, para observar que allí ya no había nadie.

Una sensación de inquietud me embargó y acaricié el collar de mi cuello. El pequeño medallón que colgaba de él me otorgó seguridad. Esa cadena era lo único que me garantizaba que toda aquella locura no era producto de mi imaginación.

No estaba loca. Como todos me querían hacer creer. 

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