Como nadie pareció reaccionar más allá del miedo, William tuvo que insistir:

— Vamos, no tengo todo el día.

Por arte de magia, los estudiantes despertaron de su estupor y se oyeron ruidos de sillas y hojas de cuaderno siendo arrancadas. William se recargó contra su escritorio, satisfecho con el escenario lúgubre que había generado. Al menos, así se ahorraría tener que ver a May Lehner cuchicheando con su novio.

De inmediato, la rabia comenzó lentamente a remitir y, por primera vez, él se atrevió a mirar a la chica. Pero enseguida se arrepintió.

May Lehner tenía la mano alzada y su pequeña boca, llena de imprudencias, se disponía a llamarlo.

— Señor Horvatt.

William pensó en ignorarla, pero eso habría sido aún menos ético que lo que acababa de hacer con la clase. No podía privarla de su derecho a ser escuchada, ¿verdad? Ahora, nada le forzaba a ser amable.

Se cruzó de brazos, severo e inaccesible como siempre.

— Señorita Lehner... — comenzó — No me diga que pretende adoptar el papel de heroína otra vez.

Ella se sonrojó un poco, pero mantuvo la frente en alto, orgullosa como él ya había captado que era.

— En realidad, solo quería hacerle una pregunta.

William frunció el ceño. Una de sus manos se deslizó, inconscientemente, dentro de su bolsillo, en busca de su frasco de pastillas. Tenía la sospecha de que esa chica le daría problemas, como siempre.

— Adelante, la escucho.

May le dirigió una mirada de reojo a su presunto novio antes de responder. William sintió la complicidad en ese gesto como una punzada en el estómago. Pero, ¿por qué? No tenía sentido que le molestara tanto la cercanía con ese chico.

— ¿Puedo ir al baño? — preguntó ella, con una sencillez que a William le pareció ridícula. Fue como una burla a su clase, a su inteligencia, a él mismo.

Las mejillas se le tiñeron de rojo, pero lo disimuló muy bien volviéndose hacia el pizarrón. En lugar de darle una respuesta, escribió con grandes y cargadas letras lo siguiente:

QUIEN ABANDONE EL SALÓN ANTES Y DURANTE EL EXAMEN, POR LA RAZÓN QUE SEA, SERÁ EVALUADO CON NOTA MÍNIMA.

A continuación, se volvió a mirar a May. La chica le sostenía la mirada, pero esta vez parecía un poco menos tranquila. Sus ojos verdes brillaban con un sentimiento muy cercano al desprecio.

Bien. William solo quería alejarla de una buena vez, ¿verdad?

— ¿He respondido su pregunta, señorita Lehner? — quiso saber.

Ella asintió con la cabeza. El muchacho a su lado, movió la mano que descansaba sobre el respaldo del asiento de May y apoyó una mano en su hombro, como si tratara de consolarla.

William resistió el impulso de hacer uso de su posición de docente para sacar a ese chico de allí y mandarlo, tal vez, varios asientos más arriba. En su lugar, dictó las preguntas con deliberada rapidez, luego se llevó una mano al bolsillo, cogió el frasco de pastillas y, mientras los estudiantes se preparaban para rendir el examen, se llevó a la boca dos grajeas y las saboreó un poco antes de tragarlas definitivamente.

¿Qué demonios le pasaba? Primero se había desvelado pensando en el condenado abrigo que seguía en su coche, y ahora se sentía como un crío al que le hubieran arrancado su juguete favorito. Un crío molesto, incapaz de hacer otra cosa más que refunfuñar sin sentido. May Lehner era su estudiante, maldición. Podía hacer lo que quisiera. Él mismo se lo había recalcado y no solo el día anterior, sino todas las veces en que el destino se había empecinado en juntarlos.

EL DEBIDO PROCESOWhere stories live. Discover now