—Estoy bien, mamá. Sí, estoy comiendo, y no, no duermo las ocho horas completas, pero lo intento. También estoy trabajando y me va genial; la gente es muy amable aquí.

Mentira, todos eran tan fríos que prefería meter mi cabeza a un congelador y aun así sentiría más calor humano.

—¡Me parece fantástico! Me alegra muchísimo, mi bebé. Espero que todo te vaya muy bien y que llames seguido, por favor, me tenías angustiada. —Mamá me hizo sonreír.

—Lo siento. Estaba trabajando y me distraje un poco.

—¿Cómo va todo con la orquesta? ¿Trabajas y ensayas también? ¿Seguro que estás durmiendo bien?

—Sí, mamá... es lo que intento. —Me puse un poco nervioso y esperé que no lo notaran.

—Bueno, bueno. No te quitamos más tiempo, pues. Esperamos tu llamada, hijo. Cuídate mucho —habló papá esta vez.

—Y recuerda que te amamos mucho y estamos muy orgullosos de ti. —Esas palabras de mi madre fueron el detonante para mí, me tomé unos segundos para respirar y fingir que estaba bien.

—Yo también los amo, muchas gracias por todo su apoyo. Los llamaré pronto.

—Hasta pronto, hijo.

La llamada terminó y lloré de desesperación e impotencia. ¿Cómo podía mentirles? ¿Y si solo regresaba a casa?

En medio de esas interrogantes, el teléfono volvió a sonar.

—¿Hola?

—Bucket, necesito que vengas hoy —habló el arrogante hombre que tenía como jefe.

—Uhm, señor, hoy es mi día de descanso —murmuré frunciendo un poco el ceño.

—Vienes o te quedas sin trabajo, Adam no puede venir hoy y necesita un reemplazo.

—Sí, sí. Está bien, ¿a qué hora debo ir? —pregunté sentándome en la cama.

—En diez minutos. —Abrí los ojos sorprendido.

—Pero señor, vivo a veinte minutos de allá, ¿cómo voy a llegar en diez?

—Tienes treinta minutos para venir, date prisa. —Colgó y bufé levantándome como un meteorito para cambiarme.

—«Tinis triinti minitis piri vinir» —Lo imité mientras me ponía los zapatos—. ¿Qué se cree? ¿Mi jefe? —Me reí porque no podía hacer otra cosa.

Estaba por salir, pero decidí tomar un abrigo impermeable por si llovía. En mis pocos días en la ciudad aprendí que iba a llover en cualquier momento. No me equivoqué, en cuanto deposité mis cuatro letras en el asiento, el cielo empezó a llorar.

Me puse los audífonos y reproduje una canción al azar. Si todo salía bien, llegaría en quince minutos. A veces (cuando quería) el metro iba rápido.

Iba cantando como siempre y de pronto sentí como alguien llevaba el ritmo de la canción en el respaldar de mi silla.

Curioso, giré a ver y era una chica. Ella me sonrió y sonreí de vuelta. Pocas personas me habían sonreído desde que llegué.

—The Painkillers... —le quise hacer saber.

—Lo sé, es mi banda favorita —comentó totalmente segura y lo admito, me emocioné.

—¿En serio? ¡La mía igual!

—¡Por fin! —habló alzando los brazos y todos la miraron raro, no le importó— ¿Sabes lo difícil que es encontrar a alguien que le guste The Painkillers aquí? Parece que nadie los conoce. Intenté que mi mejor amiga los escuche, pero ella simplemente no estuvo interesada.

Luces, música y acciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora