capítulo treinta

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Pache

—¡Chau bebé hermosa! Te voy a extrañar muchísimo —murmuré con mis labios pegados a la panza de Renata, quería que se despierte para despedirme pero parecía que no iba a hacerlo por nada en el mundo. Continué con la seguidilla de besos porque no perdía nada con intentarlo, aunque Rena me quiera matar—. ¿Cómo hago para estar tanto tiempo separado de vos? ¡Me lo haces imposible! 

—¡Basta Mateo! Me da cosquillas —se rió Rena mientras me empujaba fuera de su panza—. La vas a despertar y son las seis de la mañana..., quiero volver a dormir si es posible.

—¡Pero qué queres que haga! A ella también le cuesta despegarse ¿O no? —le hablé de nuevo, provocando que ella ruede los ojos y se corra definitivamente. Mi celular empezó a sonar en el tono de una llamada y las circunstancias solo me decían que se trataba de mi equipo que ya estaba afuera— ¡Hey, no te alejes!

—Ya vinieron, así que chau..., quiero volver a dormir —dijo un poco histérica y su cara lo demostraba. 

A pesar que todavía faltaban dos meses para que nazca nuestra hija, Rena ya no podía dormir por la incomodidad que la panza le provocaba. Desde que cortamos no dormimos en la misma cama pero sí compartíamos pieza de vez en cuando así que sabía muy bien que se desvelaba hasta altas horas de la madrugada. 

Resignado por el insistente llamado, suspiré un poco y me acerqué a ella para abrazarla. No me gustaba irme por tanto tiempo y dejarla sola, más allá que todavía faltaba..., podía pasar cualquier cosa y no estar presente era algo que me mataba. Tengo que estar agradecido de la persona que estaba al lado mío para compartir este momento, porque nunca dejó de apoyarme y siempre me tiraba para adelante, obviamente no dudó en dejarme un poco tranquilo con la situación y prometerme que íbamos a hablar todos los días.

—Por favor..., cuidate —murmuré en su abrazo. Sentí como ella asintió, me separé un poco y le sonreí, no tardó en devolvérmela. Me agaché una vez más para acariciar su panza—. Y vos portate bien, hacele caso a mamá y cuidala.

—Vamos a estar bien, en serio tonto.

Con pesadez, nos dirigimos a la puerta para ver el imponente motorhome estacionado en frente de la casa de Rena. En la vereda estaban Sacha y Eze hablando hasta que me escucharon y se acercaron a ayudarme con la valija. Después de un saludo rápido entre todos, nos despedimos definitivamente y nos subimos para empezar con nuestro viaje, en realidad..., todavía faltaba una persona. Ludovica. 

No me había costado mucho convencerla después del momento que habíamos vivido. Todo el peso que sentía había desaparecido con tan solo su presencia, el saber que íbamos a intentarlo me llevaba a un nivel de éxtasis que no podía describir. Sabía que iba a ser difícil lo que teníamos que atravesar pero estábamos dispuestos a hacerlo y eso era lo importante. 

Cuando le comenté a Renata que nos íbamos a ir juntos, tuvimos una charla bastante seria donde me confesó que ella y Ludo habían hablado, me pareció muy raro que no me lo haya comentado pero supongo que fue porque no tenía porqué saberlo. Me dijo que no discutieron ni quedaron en malos términos, algo que me parecía sensato porque ninguna de las dos eran personas problemáticas. Lo que sí, me aclaró que le preguntó si estaría conmigo en el caso que no habría un Rena y yo..., o a lo que Ludovica contestó que sí. Siempre fue una persona muy frontal por lo que tampoco me sorprendía.

Me tranquilizaba que se lleven bien, nunca las hubiera obligado a tener que relacionarse por mí y que hayan tomado las riendas para hacer un ambiente más llevadero me enorgullecía. Después de la conversación, sentí la necesidad de tener la versión de Ludo por lo que aproveché la excusa para ir a su casa y por suerte..., no pensaba muy distinto a Rena. Así que estábamos en esta situación, donde ser personas maduras era la mejor opción para evitar conflictos y que nuestras vidas se desarrollen con tranquilidad.

Entre versos y otros recuerdos | Segunda Parte Where stories live. Discover now