capítulo catorce

189 17 3
                                    

Pache

Todavía estaba a sin creer todo lo que pasó. Me encontraba hacía unos diez minutos mirando el techo pensando en cómo toda la situación nos llevó a dejar de contenernos con Ludovica.

¿Me arrepiento? No podía decir que sí porque estaría mintiendo. Sentía que mi cuerpo y mente lo estuvieron esperando desde el momento que la volví a ver pero mi sentido racional, que no tengo intención de invocar, lo estaba ocultando. Al punto que mi subconsciente actuó al sentir la necesidad de explicarlo con una canción. Nunca me había pasado algo así, todavía estaba consternado. Nunca sentí que podía luchando contra mis pensamientos al punto de no darme cuenta y que me gane..., literalmente fue como un balde de agua fría.

Para ser sincero estaba relajado, feliz y sobretodo libre de por fin poder poner en palabras y actos todo lo que me pasaba. O eso sentía hasta que me acordaba de Renata, la verdad que ella no merece pasar por esto y por eso tenía que hablar con lo antes posible. Es una buena piba y merece lo mejor, soy consciente que yo no podría dárselo nunca. No puedo decir que no me importa o no la amo porque estaría mintiendo, simplemente lo hago de una forma muy diferente a la que imaginaba.

La conocí en una situación muy vulnerable al punto que siempre sentí la necesidad de protegerla, apoyarla y ayudarla en lo que podía..., fue algo que hice a lo largo de estos años. Mi amor hacia ella es posta, pero no se compara al que siento por Ludovica y no es por compararlas, sino para notar la diferencia de lo que es amar con todas tus fuerzas a alguien y lo que es amar a alguien al punto que querer protegerla de todo el mal del mundo, como a cualquier hermano u amigo.

La puerta se abrió y me incorporé para poder recibir a Ludo. Entró con una sonrisa de par en par que me iluminó el día, estaba con un rodete despeinado, la remera del pijama que ayer me dediqué a sacar y una tanga, se notaba que no tenía corpiño. En sus manos llevaba una bandeja con el desayuno, se podían ver tostadas, dos tipos de mermeladas, queso untable y el equipo de mate. Fue imposible no sonreírle de nuevo.

—Hola —murmuró sentándose a mi lado cuando dejó la bandeja en la mesa de luz. Mordió sus labios entusiasmada a la vez que acaricié sus muslos. No tardé un segundo más en besarla, todavía nuestros besos seguían siendo intensos. Como si nuestras bocas no se hayan acostumbrado a tenerse de nuevo.

—Hola hermosa —contesté en sus labios. Le di otro pico prominente y me separé para traer la bandeja a la cama—. Veo que me estás mimando...

—Solo porque tenía hambre, no te creas tan importante Pacheco —me dijo en burla, la miré mal y se acercó a besar mi cachete, obvio que le corrí la cara para que termine en mis labios.

—¿Te recuerdo las cosas que me decías ayer? Me subiste bastante el ego, así que deja que me agrande un toque.

—Nadie puede subirte más el ego de lo que ya lo tenes pibito —se rió, la seguí mordiendo su cachete y acercándome para rodearla con los brazos y jugar con el borde de su remera. Parecíamos dos adolescentes que no podían tener sus manos quietas—. Deberíamos desayunar —murmuró sobre mis labios de repente. Ambos nos reímos.

—En un ratito -!—contesté tirando mi cuerpo hacia delante para hacerla acostar.

Bajé mis besos a medida que mis manos se encargaban de subir su remera para sacarsela. Cuando tuve sus pechos mirándome de manera tentativa, no dudé en complacerlos como ya sabía hacerlo. No me entretuve mucho con ellos porque enseguida bajé para seguir el camino a mi objetivo. El sonido de sus gemidos solo me alentaban a poner cada vez más empeño en mi trabajo. Muchas veces la probé ayer, pero todavía seguía queriendo hacerlo. Tenía las mismas ganas, nunca desaparecieron.

Entre versos y otros recuerdos | Segunda Parte Wo Geschichten leben. Entdecke jetzt