Capítulo 113. Yo por ti, tú por mí, nanana, nanana.

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- No dejará de hacerme gracia el intercambio de papeles -rió María, revisando que en su bolso hubiera todo lo necesario. 

- ¿A qué te refieres? 

- Tú tan alta, con ese aspecto de chica mala, ella tan pequeña y adorable... Y, sin embargo, tú eres el bebé de las dos -negó con la cabeza. 

- Pero hoy no -se emocionó ella sola con su determinación, y María se sintió sobrecogida por ese brillo emocionado de su hija en la mirada. 

- No, hoy no -le acarició el cuello y dejó un beso leve en su mejilla-. Estoy muy orgullosa de ti, cariño. 


Natalia asintió con el pecho lleno aves ruidosas. Recibió los ánimos de todos y se quedó a solas con su amigo, quien volvió a retocar lo que los besos de sus familiares apenas habían destruido. 


*Natalia*

Cariño, cómo vas?

*Alba*

ME TENGO QUE LLEVAR EL MÓVIL?

Y CHICLES?

*Natalia*

Albi, tranquila, vale?

Yo estoy lista, cuando tú me digas me paso a recogerte

*Alba*

PERO LO COJO O NO

*Natalia*

El móvil sí, chicles tengo yo

Y acuérdate de cogerte el brillo, porque voy a comerte la boca como una quinceañera en cuanto tenga un momento para secuestrarte

*Alba*

VALE

*Natalia*

Cuando estés preparada me avisas


Natalia miró el reloj. Iban con el tiempo justo, pero no quería agobiar más a su chica, que, por el tono de sus mensajes, debía tener la vena de la frente a punto de reventar. Decidió salir a buscarla. 


- Bueno, Pablo, te veo allí -le dio un par de besos imaginarios sin llegar a tocarse la cara y le revolvió el pelo-. Y tíñete, que el rosa lo tienes ya desgastado. 

- Se lleva así, ¿vale? Degradado. 

- Degradado estás tú -rió. 


Bajaron en el ascensor y se separaron. La chófer saludó a su pasajera con simpatía y se dirigieron hacia el piso de la rubia. Sacó su llave, la llave que Alba le había dado un par de semanas atrás, y abrió. Lo único que pudo ver fue una mancha rubia atravesar el comedor a la velocidad de la luz. Y qué luz. Iba gritando "mimimimimi" y Natalia no pudo ocultar la carcajada que le salió del fondo de sus tripas. 

Alba volvió al salón de una carrera y la miró con los ojos muy abiertos. Su chica llevaba un traje rojo sangre, zapatos de tacón negros y una blusa blanca y ligera debajo, desabrochada hasta el punto en el que se veía el encaje negro del sujetador. Eso no ayudó a aplacar los nervios de la fisio, que boqueaba como pez fuera del agua. 

Sin embargo, Natalia no estaba mucho mejor que ella. La rubia llevaba un vestido que le dejó la mandíbula tocando el suelo. Falda negra con una raja de infarto, el pelo peinado hacia arriba y, cubriendo mínimamente su torso, una encaje de pedrería en forma de flores con un escote que le llegaba casi hasta el ombligo. Sintió que se mareaba un poco por la belleza descarnada que tenía delante. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now