Capítulo 57.

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Tomas el camino de la derecha y a medida que avanzas empiezas a notar cómo los árboles y las plantas son cada vez más altos; a cada paso se va haciendo más difícil que logres ver lo que hay a un metro de ti. Llega un momento en el que, a pesar de haber amanecido, la densidad del bosque es tal que impide que los rayos de sol lleguen al suelo y todo se oscurece, como si fuese de noche.

Continúas con tu camino, avanzando siempre en línea recta para ser capaz de regresar al campamento sin perderte, y acabas llegando a una zona en la que hay trozos metálicos esparcidos por todo el suelo. Al principio dudas de su origen, pero cuando te agachas a examinar comprendes que es parte del fuselaje de un avión, uno muy antiguo.

Te vuelves a poner de pie y rodeas la aeronave hasta que das con la puerta de entrada, que permanece cerrada. No te planteas seguir de largo y dejar atrás el avión, tu curiosidad es mayor y necesitas saber qué ha podido pasar, o si queda vivo algún superviviente. Forcejeas con la puerta intentando abrirla. Al principio te cuesta, pero con fuerza e insistencia consigues acceder a su interior. El cambio de ambiente es notable, y un hedor nauseabundo te azota en la nariz en cuanto pones un pie en la cabina de pasajeros.

Te llevas la mano a la boca intentando calmar las irremediables ganas que tienes de vomitar, y con el cuello de tu camiseta cubres tu nariz para que el olor tan característico te llegue lo menos posible.

—No creo que sea capaz de aguantar mucho tiempo aquí— Te dices a ti mismo con el estómago revuelto, echando un vistazo al cúmulo de objetos antiguos que se amontonan en cada esquina, cubiertos de polvo y moho.

En la cola del avión encuentras el que parece ser el causante del mal olor. Un cadáver consumido y casi momificado de la última fila, posiblemente de una mujer, permanece aferrado a su asiento por el cinturón de seguridad. Sería muy extraño que hubiese viajado ella sola, por lo que das por hecho que murió en el impacto y que el resto de los pasajeros la abandonó.

La miras y se te encoge el corazón. Te acuerdas de tu madre y te es imposible no sentir empatía por ella y por sus hijos, si es que llegó a tenerlos. No hay nada que puedas hacer ya por ella, salvo desabrocharle su cinturón de seguridad y dejar que su alma se vaya libremente.

—Vaya tontería —Sacudes la cabeza preguntándote por qué has lo has hecho y das un salto cuando el cadáver se cae hacia un lado, ahora que nada lo mantiene sujeto. Desde el oído que queda sobre el sillón gotea un líquido verdoso y es la gota que colma el vaso. Te echas a un lado con la espalda encorvada, las manos sobre las rodillas y vomitas una mezcla entre agua y bilis. Te limpias la boca con el dorso de la mano y echas a correr hacia la cabina del piloto, dejando atrás al cadáver, que en paz descanse.

Esperas encontrarte con la escena típica de las películas de terror, la del piloto muerto en su asiento, pero no hay nadie. Hay sangre por todas partes, incluso crees ver alguna víscera, pero por tu salud mental obvias esa imagen y te centras en buscar algo que te pueda ser de utilidad. Levantas todo lo que ves, interesante o no, pero de momento no hallas nada relevante.

Un sonido que proviene de la parte trasera del avión te pone alerta y provoca que cada músculo de tu cuerpo se tense. Miras por instinto en la dirección desde la que viene el ruido esperando encontrar una rata o alguna alimaña, pero no ves nada. Te sientes intranquilo, como si no debieras estar allí, pero haces caso omiso a tu voz interior y sigues buscando algo que haga que tu exploración haya valido la pena.

De espaldas a la puerta de acceso a la cabina de la tripulación sientes cómo se te erizan los pelos de la parte trasera de tu cabeza, y la piel de todo tu cuerpo se te pone de gallina. Cada segundo que pasas dentro del avión va aumentando tu angustia y tu miedo. No lo quieres reconocer, pero estás asustado.

Vuelves a escuchar un ruido a tu espalda, ahora mucho más cercanos y esta vez dudas entre girarte y no hacerlo. Una parte de ti quiere voltearse y comprobar que no hay nadie, que estás a salvo, pero la otra te grita que no lo hagas, que no querrías ver lo que hay al otro lado. La sangre se te hiela, tu respiración se agita y las manos te gotean de sudor. Empiezas a pensar que fue una soberana estupidez haberte ido del campamento sin tus amigos.

Resoplas intentando calmar tus nervios y lo vuelves a escuchar, un gruñido, ahora más cerca que nunca. Te giras poco a poco hacia atrás con la respiración contenida y lo que ves hace que des un grito de terror. El cadáver al que minutos atrás habías liberado ahora está de pie, frente a ti, y se abalanza sobre tu pecho agitando los brazos y moviendo la boca. Intentas deshacerte de él, pero es más fuerte que tú, lleva décadas sin comer y el delicioso olor de carne fresca le confiere una fuerza que tú jamás llegaste a tener.

Forcejeas con el zombi, dándole manotazos para que te deje en paz, pero por mucho que lo intentes termina dándote un buen bocado en la yugular. Gritas, te desgarras la garganta dando voces, y los pájaros que estaban posados sobre el fuselaje del avión alzan el vuelo y se van asustados. Te desplomas sobre el suelo, débil, y la visión se va volviendo más borrosa hasta que finalmente se apaga.

Lo siento, ¡has muerto!

Vaya, parece que has llegado a un callejón sin salida. Vuelve al capítulo 12 y reconsidera tu decisión.

 Vuelve al capítulo 12 y reconsidera tu decisión

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Un cumpleaños de muerte [INTERACTIVA] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora