Capítulo 45.

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Caminas a través de las palmeras y con las manos en alto le hablas al niño indígena. Lo miras con rostro sereno, sonriéndole cándidamente y te alegras de haber decidido salir pacíficamente. Es tan solo un niño, no habrías sido capaz de hacerle daño.

—Eh, chaval, ¿hablas mi idioma? —preguntas con tono amistoso, y aunque no te responde, asiente levemente y te das por satisfecho. — Queremos salir de la isla, pero no sabemos cómo, y nos estamos muriendo de hambre. ¿Podrías ayudarnos?

El niño vuelve a asentir, ahora con una genuina sonrisa, lo cual es aliciente suficiente para llamar a tus amigos y pedirles que se reúnan contigo.

En los ojos del niño aparece un brillo notable cuando ve aparecer a tanta gente. Piensas que, seguramente, esté feliz por hacer nuevos amigos y se te enternece el alma. El chiquillo, que se da media vuelta y deja a la vista sus posaderas, hace gestos con la mano y les invita a seguirles

—¡Estamos salvados! —chilla Stacy aplaudiendo con las manos.

Las bromas y las risas vuelven a aparecer en el camino hacia el poblado de los habitantes de la isla. Lejos queda ya la hambruna, las criaturas y la muerte de Jasper, de quien todos parecen haberse olvidado demasiado rápido.

En menos de una hora llegan a la aldea y, aunque no lo comentan en voz alta, estás seguro de que todos están pensando lo mismo que tú. No esperabas encontrar un pueblecito acogedor, sabías a dónde te dirigías, pero la crudeza de la realidad choca contra ti como un muro de hielo. Una muralla hecha de huesos de dudoso origen se alza sobre tu cabeza, impidiendo ver lo que esconde en su interior. Tragas saliva de forma visible, intentando hacer bajar el nudo que se ha formado en tu garganta, pero sientes la boca demasiado seca.

Sientes un tirón en el pantalón y al mirar hacia abajo te encuentras con el niño, quien reclama tu atención. Agradeces que te saque de tus pensamientos y le das unos toquecitos en la cabeza. Vuelve a tirar de ti y presupones que quiere que le sigas a alguna parte. Esta vez eres tú quien asiente y emprendes la marcha, girándote una vez hacia tus amigos y, encogiendo los hombros, les confiesas que no tienes ni idea de a dónde te lleva.

Caminas por un sendero sinuoso que lleva hasta una pequeña habitación oscura con un desagradable olor a rancio entremezclado con hierbas. Te llevas la mano a la nariz, asqueado por el aroma, mientras te preguntas por qué habrá querido llevarte a ese extraño lugar.

Se acerca a lo que parece ser una barbacoa rústica y con una mini-lanza, que probablemente utilizan como tenedor, pincha un trozo de carne y te la ofrece. Los ojos casi se te salen de las cuencas cuando lo ves.

—¡Comida! —gritas de entusiasmo y te metes el pedacito de carne cocinada en la boca. Está algo dura, un poco insípida, pero tu estómago lo recibe como el mayor manjar que jamás haya probado. Llevas días sin comer, y cualquier cosa que no fuese pis de gato te sabría a gloria.

Te relames los labios, saboreando los restos de comida que permanecen en tu boca, y una vez más te alegras de no haber matado al niño. ¡Tus amigos! Estás deseando ver sus caras cuando les enseñes que hay comida de sobra para todos hasta que llegue el rescate.

—¿De qué animal es? —Le preguntas con interés, recorriendo la habitación con la mirada. Ves sangre salpicada por todas partes, pero no es eso lo que te hace fruncir el ceño. Marcas de uña en las paredes, a nivel de tu cabeza, hacen saltar tus alarmas. Las finas líneas, a una altura demasiado elevada como para ser de un animal convencional, te hacen pensar que son marcas hechas por una persona. Sigues buscando por la habitación otros indicios que corroboren tu teoría, deseando con todas tus fuerzas estar equivocado.

Algo brilla en el suelo, pero no con tanta fuerza como haría un metal. Te pones a cuatro patas y examinas de cerca el objeto blanquecino, hundido en una masa sanguinolenta y gelatinosa. Frunces el entrecejo, haciendo una fuerza sobrehumana para no vomitar, y hurgas con tus dedos para hacerte con la pieza blanquecina. La colocas sobre la palma de tu mano, la acercas hasta tu cara y cuando te das cuenta de qué es el estómago se te contrae y vomitas la carne, ahora masticada, que acabas de comer. Un diente humano. No importa que tu vientre esté limpio, sigues teniendo arcadas que te hacen expulsar bilis y reflujo gástrico. La garganta te arde y el abdomen te duele de la fuerza que hace tu cuerpo involuntariamente, pero nada se compara a la tortura que supone saber que has comido carne humana y que tú y tus amigos serán su próximo festín.

¡Tus amigos!

Te pones de pie con tanta rapidez que pierdes el equilibrio y te golpeas contra la pared de enfrente. El diente que habías tomado como prueba sale disparado hacia alguna esquina del cuarto, pero no te entretienes en volver a buscarlo. Echas a correr a toda velocidad intentando recordar el camino por el que habías venido, pero te pierdes.

—Mierda, mierda, mierda —Te golpeas en la cabeza intentando hacer memoria, pero ibas tan distraído pensando en la salvación que no prestabas atención a lo que te rodeaba.

Vas probando nuevas direcciones, llegando siempre al punto de salida, y empiezas a creer que nunca llegarás hasta ellos cuando escuchas la voz inconfundible de Isabella. Vuelves a correr, ahora rumbo al camino desde el cual escuchaste el grito, y suspiras aliviado al verte de nuevo frente a la muralla infranqueable, que ahora se encuentra abierta.

—Chicos, tenemos que salir de a... —Enmudeces y te frenas en seco al ver el panorama. Hay sangre por todos lados, vísceras troceadas fuera de sus cuerpos, y cadáveres familiares desprovistos de sus ropajes girando sobre una hoguera. Has llegado demasiado tarde. Demasiado para ellos, claro está, tú aún tienes la oportunidad de salir de allí con vida.

Intentas reunir el coraje suficiente para echar a correr y prepararte para que una horda de indígenas te siga, cuando sientes un dolor lacerante en el pecho. Bajas la mirada y ves la punta afilada de una lanza que atraviesa tu pecho desde atrás y crea un orificio desde el que brota sangre sin cesar. Caes de rodillas al suelo, sin poder respirar, y la vista se te nubla cuando tu cara aterriza sobre el suelo.

Lo siento, ¡has muerto!

Parece que has llegado a una calle sin salida. Regresa al capítulo 32 y reconsidera tu decisión.

 Regresa al capítulo 32 y reconsidera tu decisión

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Un cumpleaños de muerte [INTERACTIVA] ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora