1: Larem

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Mi nombre es Iván Garfio, soy el único sobreviviente de la masacre de Nunca Jamás

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Mi nombre es Iván Garfio, soy el único sobreviviente de la masacre de Nunca Jamás.

Veinte años han transcurrido, más de lo que se le permite vivir a muchos desafortunados, así que se estarán preguntando por qué, ahora, he decidido hablar de los hechos, esos que nadie pudo compartir porque no hubo testigos.

Mis motivos para hablar podrán parecer decepcionantes a quienes lean esto. No he decidido suicidarme, como ya anticipo van a suponer, ni recibí una visita sorpresa de alguna sombra de aquel difuso pasado.

Se trata más bien de una baúl de memorias de menos de cien páginas que cayó en mis manos y que me ha hecho revivirlo todo. No como si hubiese ocurrido ayer, es más parecida a la sensación de que la historia justo ahora está sucediendo en otra línea temporal, en algún plano paralelo en el que mi yo de doce años todavía existe, listo para unirse al bucle del universo, ciego, a nada de ser devorado por la tragedia.

No se preocupen, aunque parezca innecesario comenzar la historia narrando desde mucho antes, les prometo que tendrá relevancia. Porque, por desgracia, no habría nada que contar si yo jamás hubiese pisado los terrenos de mi primer amor: Larem. Y digo por desgracia porque, incluso hoy, cuando en mi mente tengo la posibilidad de arrepentirme e intentar olvidar, sé que, de volver atrás, no haría nada para impedir esa mudanza.

«La luz de Larem se fue un día jueves y nunca más volvió», citó mi abuela al enterarse de mi partida próxima.

Con esa frase comenzó todo.

Es costumbre de las abuelas cambiarnos el nombre, la mía ignoraba por completo la "I" de «Iván» además de añadir un suave diminutivo que, pronunciado por sus delgados labios, se sentía como un beso en las mejillas.

—Vanchito, te vas al pueblo más mágico del mundo.

—¿El de Los padrinos mágicos? —le pregunté con odiosidad pues, por entonces, no había nada que me pusiera de peor humor que el recuerdo de esa inminente mudanza.

—No, Vanchito: Larem. Es el lugar donde la lluvia es perpetua y el bosque... un universo en sí mismo. Cuentan que nunca ha dejado de llover. Ni un solo día.

—Es mentira —refunfuñé con escepticismo arrogante.

No había nada que me atemorizara más que sentir la ilusión reptar por mi alma, exteriorizar el sentimiento, y verla morir en manos de la realidad.

Desde que mis padres mataron al «niño Jesús» cuando no pudieron permitirse más obsequios para mis navidades, o al ratón Perez cuando empecé a sacarme los dientes por mi cuenta —como parte de los planes que ideaba para descubrirlo en medio de la noche—, nunca más volví a creer voluntariamente. Viví el resto de mi vida luchando con el idílico impulso de volver a confiar en lo imposible, en especial por culpa de las historias de mi abuela, cuya entonación ya parecía un embrujo.

La masacre de Nunca Jamás [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora