-Esperar fuera, por favor. –Rodé los ojos viendo como los cuatro guardaespaldas salían del salón dejándonos solos. –Ya sé que sigues enfadada conmigo, hija, pero créeme cuando te digo que ésto es lo mejor para ti.

-¿Lo mejor para mí, dices? Lo mejor para mí habría sido no nacer. – Aseguré cruzandome de brazos sin apartar la mirada de sus ojos. No le tenía miedo y tenía que hacerselo saber.

-No digas eso, Telmah...

-No me llames así. –Gruñí mirándolo mal. –¿Qué diablos quieres, Máximo? Tengo cosas mejores que hacer que estar aquí. 

-Hija, por favor. ¿No ves que lo único que...

-Lo único que me estás haciendo es un favor, he de confesar. Al menos aquí dentro no puedo verte ese estúpido careto.

-¡Telmah!

-Que no me llames así, joder. –Me quejé ganándome una mirada fea por su parte. –Y dime de una vez para que me quieres.

-Tu hermana celebra su compromiso en... –Lo interrumpí comenzando a reír a carcajadas limpias sin poder evitarlo.

-¿Mi hermana dices? ¿Cúal hermana? Hasta donde yo sé, soy hija única.

-Para nosotros es importante que vayas...

-¿Nosotros? –Volví a interrumpirlo. – ¿Quienes son nosotros? ¿Tu familia real?

Se metió la mano en el interior de la chaqueta para sacar un sobre de color salmón y extendermelo.

-Janet te espera con los brazos abiertos.

-No, pues dile que los cierre e incluso que se siente, porque se va a cansar. –Máximo siguió con la mano extendida escrutandome con la mirada.

-¿Cuándo cambiaste tanto, hija? Tú no eras así...

-Hmm... No lo sé. ¿Quizás el día en el que me enteré que mi padre era un mentiroso compulsivo? Sí, puede ser que haya sido ese día, sí...

-Ya sé que hice las cosas mal, Telmah, pero tus hermanas no deben pagar por mis pecados.

-Ay, que lindo. Incluso va a darme pena y todo. –Fingí tristeza antes de ponerme de pie para darle fin a ésta perdida de tiempo. –No se te ocurra volver a venir a verme porque perdiste ese derecho el día que me encerraste aquí contra mi propia voluntad, ¿si? Y la invitación esa puedes metértela por el... –Mi frase quedó en el aire cuando su mano abierta chocó con mi mejilla pegándome una bofetada que no había visto venir. –Muy bien, papá. Solo ésto era lo que te faltaba en tu maravillosa lista de decepciones. ¡Felicidades! Ya te ganaste el mayor de los premios por haberla completado. –Le sonreí cínicamente para recoger mi mochila del suelo y salir de aquella habitación casi corriendo obviando las miradas de todas aquellas personas a las que me encontraba por el camino.

Si creía que una bofetada iba a hacer arrepentirme, lo llevaba claro. Ni siquiera le había dado el placer de llorar frente a él, por lo que nada más poner un pie en mi cuarto, las lágrimas comenzaron a deslizarse por mis mejillas sin poder evitarlas más.

Todo lo que le había dicho era cierto y así lo pensaba de él y de su verdadera familia.

Lo mejor que me hubiera pasado a mi habría sido no nacer, nunca. Nunca le habría dado el gusto a ese sinvergüenza de cogerme en brazos o de oírme llamarlo papá. Nunca le hubiera permitido que me agarrara de la mano o me contara sus historias para quedarme dormida.

Secretos al aireWhere stories live. Discover now