Capítulo 2

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-¡Maddie, por fin te encuentro! –Salté en mi sitio al oír a Camila gritar a mi lado.

-Oye, baja la voz...

-Sí, disculpa. ¡¿Pero donde te habías metido?! Desapareciste después de que la profesora te echara de clase ¡y tampoco apareciste esta mañana! Ni siquiera bajaste a desayunar...

-No me sentía bien. –Me justifiqué encogiéndome de hombros para seguir con mi comida.

Camila no se había equivocado en nada. Después de mi disputa en el vestuario de chicas con Dante, me encerré en mi habitación cortando contacto con el mundo fuera de ella.

Por fuera podía dar la impresión de ser una bella flor indestructible, pero por dentro, era un puñetero espejo hecho trizas.

-Quería buscarte en tu habitación también, ¡pero luego no sabía cuál era! Y encima el prefecto no aparecía por ningún lado para preguntarle...

-Mala suerte... –Murmuré por lo bajo agitando el yogur que me tomaría de postre. 

-¿Dijiste algo? –Preguntó al no oírme lo más seguro.

-No, no. Y mi habitación es la dieciséis N.

-¿En serio? ¡La mía es la veinticuatro! Estamos solamente separadas por un pasillo y ni nos habíamos enterado.

-Ya ves...

Por lo que tenía entendido, los edificios estaban divididos en cinco plantas de diez habitaciones cada una. Los edificios Norte y Sur pertenecían a las chicas, en el primero las habitaciones eran individuales mientras que en el segundo eran compartidas. Lo mismo pasaban con el de los chicos.

-Bueno, al menos ya sé cómo...

-Señorita Chedders. –Fruncí el ceño girándome hacia el dueño de la voz. ¿Por qué diablos me llamaba por mi apellido delante de todos?

-¡Hola, prefecto Stephan!

-¿Pasa algo? –Pregunté después de que el prefecto saludara a Camila.

-Sí, debe acompañarme a dirección, su padre la espera. –Abrí los ojos sorprendida mientras que Camila a mi lado me imitaba.

-Yo no tengo padre...

-Por favor, jovencita. No haga esperar más al señor Máximo Chedders. Ambos sabemos que su vida es...

-¡¿Qué?! –El grito de Camila fue tan alto que casi le da algo. Mierda, mierda, mierda.

-Ese no es...

-Señorita, por favor. Que no tengo todo el día para usted. –Lo miré mal cogiendo mis cosas para seguirlo sin ni siquiera despedirme de Camila.

Genial, muchas gracias, señor prefecto, por arruinarme la existencia en este maldito internado.

El prefecto Stephan me llevó hasta la dirección donde había una salita de visitas que se ocupaba cuando algún familiar quería ver a un alumno en horario escolar.

-Es aquí. Y vuelve a clase en cuanto termines aquí. –Sí, seguro que volvería.

Abrí la puerta de mala gana para encontrarme con un hombre bien trajeado rodeado de sus fieles gorilas.

-Hola, hija.

-No soy tu hija. –Dije soltando la mochila junto al sillón antes de sentarme en éste. –¿Qué es lo que quieres? No, no, ¿para que vienes si quiera aquí?

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