Secretos al aire

Prólogo

“Ser o no ser, esa es la cuestión...”

Era así, ¿no? Mi vida se resumía muy brevemente a esa mítica frase de la obra de William Shakespeare.

“¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta u oponer los brazos a este torrente de calamidades y darlas fin con atrevida resistencia?”

También lo conocéis, ¿no? Tampoco es que fuera yo muy culta ni nada por el estilo. Mi pa... Mejor dicho, el hombre que me había engendrado, me recitaba desde muy pequeña ese acto de Hamlet que para mí no tenía sentido alguno.

“Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sin número, patrimonio de nuestra débil naturaleza? Este es un término que deberíamos solicitar con ansia. ”

Sí, sí. Yo también me preguntaba porqué diablos me decía todo aquello que no entendía siendo una cría. ¿O es qué se creía que por enseñarme obras literarias desde tan corta edad me iba a volver más inteligente?

“Morir es dormir... y tal vez soñar.

»Sí, y ved aquí el grande obstáculo, porque el considerar que sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Esta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ”

Y precisamente, terminaré deteniéndome en ésta última palabra: infelicidad.

Así era precisamente como me sentía en estos momentos de mi vida, infeliz.

Un día me encontraba feliz en mi casa con una madre super cariñosa y un padre que solo veía por la noche por culpa del trabajo, a estar encerrada entre cuatro paredes en un gran internado de niños ricos y pijos por todas partes.

Sintiendo la rabia apoderarse de mí, deshice la cama perfectamente hecha tirando las sábanas por el suelo.

Odiaba mi vida, odiaba a mi "familia" y odiaba éste maldito internado en el que me habían encerrado sin mi consentimiento, pero por sobre todo ésto, odiaba a Máximo Chedders.