Capítulo 104. La chica de las galletas.

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- Sí. Y la cara que pisa es la mía. Bueno, la que pisa, en la que se sienta... Ya sabes -le guiñó un ojo. 

- ¡Qué zorra! -se carcajeó Paula. Alba no solía hacer bromas de ese tipo, pero con la castaña no podía ser de otra manera, sacaba su lado más políticamente incorrecto-. ¿Y cómo es? 

- Si te digo que es un bebé de dos metros, ¿me crees? 

- ¿Con esta cara? -le mostró una foto de su propio móvil. 

- Con esa cara y esos abdominales, sí -la miró con cariño-. Es... una de las mejores personas que conozco. Y muy campechana. 

- ¿No lo tiene subido? 

- Qué va. A veces es un poco excéntrica y te hace una canción con la lista de la compra, pero es un amor -sonrió tontamente. A Paula le gustó ver a su ex crush tan encoñada. Le tenía mucho cariño a esa enana atómica que le hacía tambalear cuando entrenaba con ella. 

- ¿Y qué más? -la animó a seguir, segura como estaba de que la rubia se moría por hablar de ella. 

- Es muy graciosa. Es casi más tonta que tú, siempre haciendo el payaso y haciéndome pasar vergüenza. 

- ¿Te trata bien? 

- No te imaginas cómo me cuida, Pau -le dio vueltas a su botellín entre los dedos-. Hemos pasado por una etapa un poco mala desde que lo dejamos, pero está dándome todo el tiempo y todo el espacio del mundo. 

- ¿Por qué rompisteis? 

- Cosas de músicos y musas. Nos queríamos mucho, pero ella tenía cosas que resolver en su cabeza. 

- ¿Las ha resuelto? 

- Eso parece. Por eso estamos yendo despacio, tengo que ver que todo está en orden antes de lanzarme a la piscina. 

- Ay, Albita, Albita, tú ya estás nadando en el agua, guapa, pero te dejaré creer que solo estás comprobando la temperatura con los deditos de tus pies. 

- ¿Por qué dices eso? 

- Por la cara de enchochada que pones cuando hablas de ella. Me alegro mucho de que estés tan feliz ahora, aún me acuerdo de las pestes que soltabas por tu boca hace un par de meses. ¡Y era de Natalia Lacunza! -todavía no se lo terminaba de creer. 


Cada una bebió de su cerveza, con la mente en sus cosas, una alucinando y la otra echando de menos. Se sonrieron. 


- ¿Te gusta su música? 

- Mucho. Está en todas mis listas de reproducción. 

- ¿Te apetece conocerla? 

- ¡QUÉ DICES! ¿EN SERIO? 

- Los miércoles quedamos a tomar algo todas, no te he invitado antes porque no quería incomodarte, pero ya que lo sabes... ¿Te hace? 

- Me hace -puso cara de incredulidad-. ¡¿Y QUÉ ME TENGO QUE PONER?! 




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Dejó la moto en el garaje y se fue quitando la ropa en el ascensor. Necesitaba la ducha más que respirar. Habían empezado a llevar los aparatos que habían comprado a la fábrica y todo estaba hecho un maldito desastre. La pintura de las paredes aún estaba fresca, pero no habían podido retrasar más el envío, por lo que todo lo iban apilando como podían en las salas de ensayo, que eran más grandes. Trabajo doble por no llevar bien los tiempos. La Mari insistía en que eran problemas normales y poco importantes, lo que consiguió que el ataque de ira de la cantante se quedara en una pataleta inofensiva. Los plazos se alargaban y ella empezaba a desesperarse. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now