Capítulo 19

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—No sé... —murmuró—. Creo que ya la he cagado.

Raoul lo miró sin comprender. Echó un vistazo a Ago, pero este le hizo un gesto como dándole a entender que él también estaba perdido.

—¿Cómo que ya la has cagado? —preguntó entonces—. Si estabais tan normales.

—Pues eso, que estamos tan normales... No como si fuéramos... Ya sabes...

—¿Qué?

—Novios —concluyó. Y agachó la cabeza porque hasta decir esa palabra lo intimidaba.

Raoul, en cambio, alzó las cejas.

—¿Y qué hacemos los novios si puede saberse?

—Pues no sé... Yo qué sé...

Vale. Se estaba metiendo en un jardín del que no sabía salir. Pensó en decir que por lo menos lo novios no se avergonzaban de darse besos delante de otras personas, pero no quiso darles motivos para que se rieran de él.

—¿Qué?

—¡Joder, Raoul! ¡No sé! Sé que en Londres era distinto. Allí era todo parte del viaje y ahora... Bueno... pues que esto es la vida real.

Buscó su tabaco. Fumar siempre lo calmaba y, en esos momentos, necesitaba calmarse bastante. También miró el móvil. Igual Miki le había escrito para preguntarle qué cojones había pasado en el portón de la entrada. No vio ningún mensaje y su estado de ánimo empeoró.

—¿Pero tú estás contento? —quiso saber Ago.

Jonás encogió los hombros, encendió el cigarro y aspiró profundamente.

—No sé —admitió al fin—. No sé si estoy contento porque yo nunca he estado contento de verdad. Estoy raro. Me siento raro. Y nervioso.

—Bueno, hombre, no te preocupes... —trató de consolarlo Ago—. Eso entra dentro de lo normal.

—Ya... —Jonás dijo ese "ya" por decir algo. Él no sabía lo que era "lo normal"—. Pero hoy me dijo que iba a estar todo el mes de julio solo en su casa y que podíamos estar allí los dos y ya estoy perdido. Es que no sé qué espera de mí. Y yo no sé cómo hacer las cosas porque nunca he tenido novio.

Ahí estaba. Esa era la cuestión. Miki no dejaba de decirle que todo era igual que antes, sin embargo, él no lo veía así.

Ago se apoyó en la mesa. Jonás podía ver cómo trataba de buscar alguna otra frase que lo tranquilizara. Raoul, en cambio, se reclinó en la silla y lo miró con los ojos entrecerrados.

—A ver, yo es que no veo el problema —comentó—. ¿Tú qué quieres hacer?

—¡No lo sé! —Jonás apagó el cigarrillo con fuerza y se frotó la frente. Joder, necesitaba respuestas, no que lo bombardearan a preguntas. Levantó la cabeza, se encontró con sus miradas interrogantes y se sintió peor por haber saltado así—. No lo sé... —repitió más calmado—. ¿Tendría que ir?

—¿A su casa? —preguntó Ago—. Si quieres, sí. Y si no quieres, pues que se quede él algún día a dormir aquí.

—No. No no no... —Lo que le faltaba. No podía darle un beso en esa casa y ellos le decían que durmieran juntos en la misma habitación—. Pero... ¿no es ir muy rápido?

—¿Ir a su casa este mes? —volvió a repetir Ago—. No sé, ¿te apetece?

Jonás volvió a repasar, igual que lo había hecho durante el viaje de vuelta, los cinco días con Miki en el apartamento de Londres.

—Sí, supongo —murmuró. Y, entonces, se detuvo unos segundos a estudiar sus uñas y a armarse de valor—. ¿Pero a vosotros os parecería mal si estoy en su casa en julio?

LO QUE ERESWo Geschichten leben. Entdecke jetzt