Capítulo 12

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"Vente a casa para que podamos hablar. Ni se te ocurra largarte."

Jonás llevaba más de media hora pedaleando cuando leyó el mensaje. Había frenado en seco delante de un semáforo y allí fue donde aprovechó para sacar el móvil, intrigado por ver quién le estaba llamando continuamente.

Con la respiración agitada por el esfuerzo, vio que tenía cinco llamadas perdidas de Raoul, dos de Ago y ninguna de Miki. Releyó el mensaje del director del colegio y volvió a guardar el móvil. Todavía estaba demasiado enfadado y dolido. Necesitaba calmarse antes de enfrentarse a ellos.

El semáforo se puso en verde y el teléfono volvió a sonar. Soltando una maldición, giró hacia la derecha en dirección al chalé.

—¿Qué? —exclamó cuando entró a la cocina.

Ago lo miró de arriba abajo, como si fuera capaz de apreciar, con un solo vistazo, su estado de ánimo.

—Jonás, no vayas por ahí —le dijo—. No puedes hacer las cosas así por mucho que te apetezca. Raoul te ha ayudado a no meterte en un problema gordo.

Los ojos de Jonás se convirtieron en un par de rendijas. A él le importaba muy poco "meterse en problemas gordos". En lo único en lo que podía pensar era en Carlota, en su madre y en cómo la vio llevársela.

—¿Y qué? ¿Y qué? ¡Como si yo no supiera salir de los problemas gordos! Además, ¿a qué viene que te metas en esto ahora? ¡Si nunca dices nada! ¡Si no me has dado tu puta opinión ni una sola vez! ¡No has querido saber nada del tema! ¡No me vengas ahora con cuentos!

Raoul se separó de la encimera en la que estaba apoyado. Por la expresión, parecía que tampoco se le había pasado el enfado del colegio.

—Oye, ya. Cálmate un poquito. No puedes ir agrediendo a todo el mundo solo porque estés inseguro o resentido. Las cosas no van así.

—¡No estoy ni inseguro ni resentido! —exclamó, quitándose a manotazos el abrigo y dejándolo encima de una silla—. ¡Estoy de mala hostia! ¡Que se la llevaba a rastras! ¿Pero qué os pasa? ¿No os importan los críos que tenéis en el colegio? ¿No os importa lo que les pase?

Estaba de muy mala hostia, sí. Y todavía se encendía más al ver a ambos maestros observarlo con esa expresión de "habrá que esperar a que se le pase la rabieta". Fue hacia el armario de los vasos, y estaba cogiendo uno cuando escuchó a Raoul.

—No, Jonás. Claro que no nos importan los niños. Por eso no tenemos tres en casa. Por eso no nos preocupamos por vosotros como si fuerais nuestros.

Así de fácil se deshacía un argumento.

Con mucho más cuidado del que empleó en abrir la puerta del estante, Jonás la volvió a cerrar. Pasó por delante de Raoul aunque no tuvo valor para mirarlo. Se dirigió hacia el grifo, bebió y permaneció allí de pie, concentrado en el viaje que hacían las gotas a través del fregadero hasta llegar al desagüe.

—Jonás —dijo Ago después de unos minutos en los que nadie habló—. Aunque no lo parezca, te entiendo perfectamente. No te puedes imaginar cuánto. Pero también te digo por experiencia que se pueden perder muchas cosas si te obcecas en ver solo tu punto de vista.

A Jonás siempre le había llamado muchísimo la atención la calma con la que hablaba su antiguo maestro. Quizá era ese acento que no se le había ido del todo, quizá el que su tono distara mucho del volumen elevado que se empleaba en el norte, pero lo cierto era que, de alguna manera, la mayoría de las veces lograba tranquilizarlo.

—¿Y qué tenía que haber hecho? —murmuró—. ¿Dejarla ir?

—Era una madre gritando a su hija —contestó Raoul—. Eso pasa más a menudo de lo que queremos. ¿No está bien? No, no lo está. ¿Es la peor forma de hacer las cosas con tu hijo? Pues sí, pero no es un motivo suficiente para denunciar o para no dejar que se lleve a Carlota.

LO QUE ERESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora