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Jonás observó al resto de personas sentadas alrededor de la mesa como si de un cuadro surrealista se tratara. A su lado, Miki, vestido con su jersey de cumpleaños, ese que no le había gustado por mucho que insistiera en decirle que sí. Los camareros se mostraban amigables y sonrientes, sin saber que en aquel encuentro había más tensión que en una cumbre internacional. Y él solo quería retroceder a la mañana en la que le había enviado el mensaje a Miki diciéndole que celebraran el cumpleaños con sus amigos para darse en la manita antes de tomar la decisión de darle a enviar. 

La llegada había sido un poco precipitada. Les había costado aparcar y todos los amigos de Miki ya estaban en el restaurante. Además, Jonás sabía que Miki y él tenían una conversación pendiente sobre el regalo. Cuando se acercaron al grupo, todos saludaron a Miki con muchos besos y abrazos. Jonás solo recibió sonrisas amables. Y falsas a su entender. Caminando hacia la mesa, Miki lo agarró de la mano y esperó a que escogiera asiento para sentarse a su lado. Le dio un apretón en el muslo. Fue un recordatorio de aquel “estamos juntos en esto” que Jonás agradeció porque, tras varios minutos, quedó bastante claro que el único que hacía un esfuerzo por integrarlo era su novio. 

—Entonces, ¿qué tal en la uni, Miki? ¿No te sientes un viejo?

Ya habían agotado todo el tema “Galapagos”, “verano”, “buceo” y demás anécdotas sobre las que Jonás no podía participar.

—Pues no tanto —respondió Miki mientras partía un trozo de tortilla—. Las ingenierías no se aprueban a curso por año. Hay gente de nuestra edad.

—Menos mal, si tuviera que rodearme ahora de dieciochoañeros con el pavo, me podría morir. 

Jonás le dio un trago a su cerveza sin inmutarse. Decidió también coger una croqueta.

—No estoy en primer año, David —dijo Miki con su sonrisa eterna—. Y aunque lo estuviera tampoco me importaría demasiado.

—Yo te juro que no entiendo por qué estás otra vez con la ingeniería. —Era Julia, creía recordar Jonás—. Si a ti lo que te encantaban eran las letras y la literatura.

—Porque quiero acabarla. No es que me vaya a dedicar a ello. Solo abro puertas. 

—Claro, pero recuerdo cuando empezaste a leer a Borges y Cortázar. Eras un crítico en potencia —insistió.

—Ya, Julia y lo pensé. Y también en ser músico. Y me gusta ser maestro. Yo que sé…  Ahora lo estoy intentando con esto y no pasa nada. Tampoco es algo definitivo.

—A Miki nunca le han gustado las cosas definitivas. 

Jonás se giró bruscamente para mirar a Joan. Él también lo miraba, encantado con la pulla que acababa de soltar. Sintió la mano de Miki agarrar la suya, fuerte. Un camarero se acercó a traer nuevas cervezas. 

—¿Habéis pillado ya los billetes para el viaje de esquí en diciembre? —Cambió de tema un rubio. De ese no recordaba el nombre.

Al parecer, había otro viaje. Esta vez de esquí y a los Alpes. Y sí, muchos de ellos ya habían comprado los billetes. Jonás contuvo el aliento esperando la respuesta de Miki, que no llegó.

—Por cierto, ¿se apunta Natalia? —preguntó otra de las amigas. 

—La llamé el otro día y me dijo que aún no estaba segura.

—Normal.

Otro apretón de Miki. Y su respuesta:

—Yo no voy a ir.

—¿Por qué? —dijo el rubio—. Siempre has venido a los viajes.

—El año pasado no fuimos, estuvimos en Roma —contestó Joan—. ¿Te acuerdas Miki?

LO QUE ERESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora