Capítulo 3: "Sed de venganza"

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Conor estiro su cabello con frustración. Todo se había ido al drenaje gracias a las infidelidades de su novia, pero no quería verlo así, Amber no podía tener la culpa, claro que no. 

Miró con desespero la foto que tenía en su buró de él y su novia; no pudo resistir ni un segundo más y las lágrimas salieron de sus ojos, sintiendo el bacío que pasaba ese mismo instante su estómago. No lográba hacer que las palabras de su novia,o más bien dicho su ex novia, salieran de su cabeza. Ella estába inculpando a todos los chicos que se había metido de que la obligaban o la provocaban:

–Conor, lo siento. Ellos me obligaban y me insitában a hacerlo. Yo no quería – lloriqueo. 

¿Eso era creíble? 

Lo era para él porque no quería desconfiar de ella, a pesar de que le había prometido que ´sólo´ se había metido con Jack, con Edward y otro chico más, como si no fuera nada; él la seguía amando con un descaro inevitable. Suspiró lleno de angustia a perderla para siempre. Y es que a pesar del dolor que sentía en su interior, no podía dejarla ir así como así. Sentía que áquella era su media naranja, y esa situación, solamente un estúpido obstáculo.

De pronto, en su estado de desconsuelo y rabia, vino una palabra de la que no creía que nunca se iba a arrepentir.

Venganza.

Y aunque sonara como una idea completamente descabellada, ansió desesperadamente hacerla.

Su celular sonó y con disgusto contesto la llamada:

–¿Diga?

–Conor, hijo –se escucho la voz de su madre–. Hay una reunión familiar, vendrán los vecinos. Recuerda que es el cumpleaños de tu hermana y el señor Hale.

Sin siquiera preocuparse de que su mamá lo escuchaba, dió un fuerte rugido y soltó una mala palabra entre dientes.

Justo ahora tenía que ir cuando ni siquiera quería ver la cara de su hermano, y para el colmo, no podía agarrarle a golpes frente a todos; era algo que le moletába hasta en los huesos. Desde siempre tenía que quedarse callado ante las constantes fallas de su hermano, y es que Jack era el menor, poseía el derecho de meter la pata cuantas veces quisiera y sólo recibía un "esta bien, de los errores se aprende". Pero si Conor llegaba a cometer un error recibía un regaño junto a las palabras de "eres el ejemplo para tus hermanos". Nunca le habían dado celos, ni tampoco le había fastidiado. Pero en ese preciso momento veía el resultado, su hermano era un mimado. Nunca vío la gravedad de lo que era no pensar antes de actuar. 

– ¡Paul! –riño su madre, mencionando su segundo nombre.

–Tu tienes la culpa por haber consentido siempre de a mi hermano.

No espero respuesta alguna y corto la llamada. Estaba muy dolido en ese instante y nada lo ahcía sentir bien. Pero muy a su pesar se decidió ir a pasar aunque sea un momento con su padre.

Se encamino a su antiguo hogar, deteniéndoce únicamente a comprar un par de regalos costosos.

Cuando llego, presiono sobre el botón del timbre y no paso mucho tiempo cuando la puerta se abrió de par en par. No pudo ni siquiera a reconocer a quién estaba en la entrada cuándo se lanzarón sobre él, tomandolé por sorpresa un abrazo. Y no tardo en reconocer de quién eran aquellos delgado brazos que le rodeaban. Su hermanita Anna, lo abrazaba con fuerza .

–¡Conor! –Dijo casi en forma de gimoteo–. Te extrañe tanto.

La separo un poco de él para ver un par de lágrimas en el rostro de su pequeña Anna. Había pasado casi un año desde su último encuentro, que casi olvidaba la dulzura de su mirada.

–No llores que también me harás llorar.

La chica de 14 años tomó su compostura y se separó de él. Conor la miró de pies a cabeza y no pudo evitar sentir enojo consigo mismo por no haber estado tanto tiempo con ella. Ella ya no era la misma niña de estatura baja  con su coleta bien hecha y unos grandes cachetes. Ahora tenía un cuerpo de una señorita, estaba muchísimo más alta de lo que la recordaba y sus mejillas regordetas ya no estaban.

Paul con un aire de tristeza y melancolía, le dió un beso tierno en la frente y le extendió una cajita de regalo bien envuelta.

–Feliz cumpleaños –le abrazó por última vez antes de adentrarse a su ya muy conocida casa.

Se dispuso a entrar hasta llegar a la sala de estar, pero fue una gran sorpresa al encontrarse con una cara ya muy bien conocida y odiada, y no hablába de Jack. Edward Hale estába sentado en uno de los sillones, adentrado en la charla de los adultos.

Justo en ese preciso momento lo recordó todo.

Aquel chico que se había metido con su ex, era nada másy nada menos que un amigo de su infancia. Cuando eran chicos, Conor, Jack y él solían pasar horas jugando en el patio trasero de la casa Maynard. Después de unos años su amistad había finalizado con la partida de los Hale.

–Edward –hablo con sorpresa.

El chico con un par de moretones en su rostro, al igual que Jack, lo volteo a ver con asombro.

–Conor –murmuró apenado.

Las caras desencajadas de los Hales y los Maynard mirarón el rostro del recién llegado.

–Otro –habló disgustada Helen Maynard.

–Habrá que vigilarlos las 24 horas del día –menciono Jackson Hale con un toque de gracia.

En ese instante fue cuando Conor reacciono y despegó su mirada de odio que le dedicaba a Ed. Se puso en una digna postura del hombre que ya era y se decidió a felicitar el cumpleañero Hale.

–Felicidades señor –habló tendiéndole una caja con envoltura azul marino. Pero la sorpresa que se llevo fue que el festejado se puso de pie y lo abrazó con fuerza.

–Gracias, hijo.

Volvieron a tomar distancia y a penas logró dar un par de pasos cuando una mano delgada lo cogió del brazo y lo detuvo. Giro su mirada y encontró el rostro de su madre sin expersión alguna.

–Tenemos que hablar.

Él no tuvo de otra más que asentir y caminar tras su madre hasta llegar al cuarto de televisor que se encontraba en la segunda planta. Una vez ahí, Helen cerro la puerta y sentó a su hijo sobre el sillón color beige y lo miró de manera acusadóramente.

–¿Qué te ha pasado a ti? –exigió su madre después de largos segundos de silencio –. Jack y Edward mintieron diciendo que se habían caído. Pero por el amor a Dios, ¿tan estúpidos nos creen?

El chico no dijo nada y sólo bajo su mirada, no quería decir que el los había golpeado y ellos a él. Y es que en verdad no quería defraudar a nadie.

–Contestamé –exigió.

–No ha sido culpa mía –trató de defendérce al borde del lamento. Se sentía un tanto culpable, pero a la vez se sentía defraudado.

Su madre, al notar sus lágrimas a punto de salir, se sentó junto a él, la abrazo y permancío en ese abrazo reconfortante por un largo momento.

–¿Qué ocurrió, amor? –esta vez fue un tonó más dulce–. ¿Quién te daño?

–¡Jack!, ¡Edward!. Ellos me dañaron. Se han enredado con Amber. –gritó con desespero sin si quiera imaginar que alguien tras de la puerta había escuchado todo.

Errónea venganza (Conor Maynard) *Detenida Indefinidamente* Donde viven las historias. Descúbrelo ahora