Capítulo 100. 24 horas después.

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Porque, a pesar de lo que podría haber podido parecer, no había sido un polvo perrero y apresurado encima de una mesa, sino que había estado impregnado de una sensibilidad y un tacto, de una adoración y una rendición tales, que todavía le estaba temblando el corazón. La mirada de Alba la deseaba, la anhelaba, le daba todo lo que había en ella con sencillez, como si fuera lo más natural del mundo, aunque Natalia supiera, porque bien sabía lo que era echarla de menos, que era algo excepcional. 

No había sido el mejor sexo de su vida, pero había sido, quizá, el más revelador. Sus almas de nuevo compartiendo espacio más desnudas aún que ellas, a la vista, ya eliminada la venda de la idealización, viéndose tanto las caras como las cruces, y los cuerpos inútiles interponiéndose entre ellas para tocarse. Tuvieron que salirse de ellos y amarse con crudeza, con rabia, con desesperación, ya que, por culpa de sus estúpidas mentes y sus maltrechos corazones, habían tenido que permanecer ocultas la una para la otra. Al fin habían sido liberadas, pues no hay verdad más incontestable que la que se aprecia en la mirada de quien folla con amor. 

A punto estaba Natalia de echarse a llorar de emoción cuando sintió una mano en su hombro. Se levantó apresuradamente y miró a la chica que tenía al lado. Mierda. 


- Pero Nataliuca, ¿qué haces aquí? -le preguntó Julia. 

- Na... nada -se metió las manos a toda velocidad en los bolsillos de la chaqueta y sacó la cajetilla de tabaco, con tantos nervios que se le cayó al suelo-. Fumar, iba a fumar -se agachó a recogerla. 

- Si estabas medio acostá en la moto, muchacha. Ya pensaba que había alguien echándose una siesta -rió despreocupada. 

- No, no, fumar, iba a fumar, estaba descansado... la vista -sacó un cigarro y tuvo que hacer malabares para que no se le cayera también. 

- Tienes los ojos llorosos, morena. ¿Todo bien? -se preocupó al observarla mejor. 

- Sí, es que vengo de la fábrica -rezaba porque Alba no hubiera contado lo mismo arriba, porque entonces la distracción de llegar separadas habría sido una tremenda estupidez-. Ya han terminado las obras. 

- ¿Y te has puesto blandita? 

- Como un flan. 

- ¡Ay, mi cosita bebé! -la estrechó entre los brazos y la achuchó durante un rato-. ¿No ibas a fumar? -preguntó señalando el cigarro apagado entre los dedos. 

- Sí, sí, claro, voy a fumar -lo encendió como pudo-. ¿Subes o me esperas? 

- Subo, que llevo aquí una tarta y tiene que estar en el frigorífico. 

- Vale, ahora te veo, bella. 


Cinco pisos por encima de sus cabezas, Alba se sentaba en el sofá. Ya estaban allí casi todas sus amigas. Miró el reloj, habían pasado diez minutos, Nat ya podía ir subiendo. Justo sonó el timbre pero, al abrirse la puerta del comedor, apareció Julia. 


- Oídme, chochos, hoy a la Penumbras me la tratáis bien, que viene blandita -avisó de camino a la cocina. 

- ¿Qué le pasa? -preguntó Afri cuando volvió. 

- Me la he encontrado abajo, que iba a fumar, dice... MENTIRA. Medio lloriqueando estaba -un apretón en el pecho de Alba. Joder, Nat

- ¿Te ha dicho por qué? 

- Sí, que viene de la fábrica y se ha puesto tierna al ver las obras terminadas. 

La sala de los menesteresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora