2. El juego de la estrella sangrienta

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Una hora antes de cenar y terminar el castigo por tirar el pupitre seguía disfrutando de la compañía de Ratita. Ni siquiera le importaría no salir de su grande y desordenado dormitorio si podía estar con él. Debería haberse dado cuenta antes de lo bueno que era tenerle al lado, porque era amigable, alegre y sabía escuchar. Todo lo contrario a él

-Ratita, no hace falta que me pagues las zapatillas.

Claro que no, solo era un pokemon...

Estaban tumabados en la cama, Fernando miraba al techo, y el pequeño pokemon eléctrico descansaba sobre él, como si fuese su cojín en la esquina de la habitación. No le gustaba tanto dormir sobre Fernando como en el cojín, pero allí se estaba bien.

***

En el centro de investigación de astronomía un viejo científico y otro más joven llamado Yuan sabían de algo que pasaría aquella misma noche. Estaban preocupados, nadie les había creído cuando hablaron de la estrella sangrienta, pero las consecuencias de cruzarse de brazos y en aquel momento podrían acarrear numerosos problemas y peligros. Por otro lado, no podían hacer nada. Era tan natural como que el sol saliera cada mañana, y era imposible evitar que lo hiciera, porque para ello se debería detener el movimiento de rotación y traslación de la Tierra. Y la ciencia no llegaba a tanto, ni tenía ningún interés en que eso ocurriera.

Una página arrancada de algún libro relacionado con el tema reposaba encima de una de las sillas de ruedas diseñada para inválidos, cuya altura e inclinación eran regulables. La silla estaba en al lado de la estantería donde se colocaban los libros ensayo, incluso alguna novela que le gustaba a alguien que trabajaba allí.

Todo el mundo sabía a quien pertenecía la silla de ruedas, al hijo de 12 años de uno de los científicos más especializados del lugar, se llamaba Shane, y a su edad ya sabía tanto como su padre.

Shane volvía en la espalda de Machoke, su tratamiento diario y sus ejercicios habían terminado por fin, y notaba una molestia de órdago en sus piernas. Machoke quitó aquella página y dejó al cansado chico cuidadosamente en la silla de ruedas .

-Gracias Machoke, gracias por prestarme la fuerza que necesito.

-Machoc! -dijo

-Ahora puedes marcharte.

Machoke se fue de aquella sala, los dos científicos que ya estaban allí seguían a lo suyo.

-¿Habeis conseguido algo? -preguntó el niño alcanzando la página arrancada que Machoke había dejado otra vez en la estante.

-No.-dijo Yuan acercándose- ¿Y tú, rubito? ¿Has conseguido algo?

Le llamaba rubito porque su pelo era rubio, parecido a una moneda de oro amarillo que refleja la luz de una bombilla de bajo consumo. Al menos debajo de las pálidas e intensas luces que iluminaban aquel deprimente lugar de paredes blancas, suelo formado por baldosas de color blanco y negro, y los muebles y maquinas que estaban por todas partes.

-Sí, andar tres metros . A este paso cálculo que me recuperaré en menos de 20 meses.

Él joven científico supo que aquello era cierto, pocas eran las veces que Shane se equivocaba.

-pues me alegro de veras. -sonrió

-Sí -le devolvió la sonrisa

Ellos dos eran amigos, más que eso, era como hermanos, solo que con la seriedad del lugar no se notaba tanto como en un entorno familiar, bonito, agradable...

-No podréis hacer nada, solo esperar a que aparezca -dijo Shane

-Ya lo sé, pero pensar que alguien va a morir y nosotros no vamos a poder hacer nada...

En realidad no era para tanto, miles de personas morían, así que por una más el mundo no se acabaría.

-No vale la pena que te preocupes por eso, cuando la luz roja haya aparecido y sepamos donde habrá sucedido investigaremos más y avanzaremos algo para prever su siguiente aparición.

-Sí.

El viejo científico se fue de la sala, él no soportaba a Shane y su padre, pero la investigación sobre la estrella sangrienta era importante para él. No por conocer más de ella, tampoco para salvar vidas, solo ser conocido, simplemente era eso. Era viejo y no se sabe nunca cuando le iba a sorprender la muerte...

***

Habían pasado 60 minutos, llegó la hora de cenar y no tenía demasiada hambre. Sus padres esperaban a que fuera con ellos para meter unas acelgas en sus bocas, el castigo había terminado y no tenía ganas de alimentarse. Creía que no las tenía mientras estaba con Ratita, pero al salir notó ansias por encontrarse con el plato en la mesa. No supo si era hambre o se trataba de algo que se le parecía. Algo como por ejemplo...unas ganas horribles de poder salir de su cuarto después de cinco horas, tal vez no fueran más de cuatro. Y había estado junto al pikachu; no podía haber sido tan malo. Sin embargo, corría hacia allí como un desesperado aun odiando las acelgas, eran asquerosas. Peor que asquerosas, mortales para sus pupilas gustativas. No pensaba comérselas dijeran lo que dijeran sus padres, bueno, sus padres y su hermano Eric, que era un estúpido y se metía donde no le llamaban. Pero si no quería comérselas ¿Por qué iba? ¿Por qué no se había quedado castigado por más tiempo?

-Mira, ya está aquí. -dijo Eric.

Fernando se sentó a la mesa y miró las asquerosas acelgas, no tenía ganas de que nadie le dijera nada sobre lo que le había pasado en el colegio aquella mañana en la clase de matemáticas. Comenzó a tragar la verde y viscosa cena sin apenas masticar e intentó soportar las arcadas y no vomitar.

-¿Y esta vez por qué? -preguntó la madre autoritaria.

-Dijeron que papá tiene cuernos, y no los tiene. Entonces me levanté y la silla se cayó ,me quejé al profesor, él me dijo que me sentara, y no lo hice porque me estaban molestando, siempre lo hacen...entonces me gritó, creo, y yo tiré la mesa al suelo porque no hacía nada...vamos, eso creo.

El padre se puso lívido de repente y su frente resplandecía por el sudor bajo la luz de la lampara de la cocina.

Eric se dio cuenta en el momento de a qué se refería con "tenía cuernos", y también vio la reacción de su padre, aunque no era una novedad.

-¿Qué te dijo exactamente? -preguntó la madre.

-Que mi padre es un cornudo.

-Cariño, tu no le hagas caso a esos comentarios ¿y quien fue?

-Es que no puedo estar seguro, porque lo ponía en una nota que me tiró alguien.

Eric casi no podía creer que su hermano no supiera el verdadero significado de aquella palabra. Tanto él como el padre se sentían incómodos; sin embargo, la madre hablaba con total naturalidad con Fernando, como si fuese un disparate sin sentido. Ella creía que lo era, no era tan extraño.

-Mañana iré a quejarme al director sobre esos chicos que te molestan. -dijo la madre

-Mañana es sábado, no creo que el colegio esté abierto.

-Vale, entonces iré el lunes sin falta.

-Sí -dijo decidido el niño apartando el plato lleno.

-¿No quieres más?

-No

Cogió el plato y lo dejó sobre el desgastado mármol de la cocina que estaba al lado de la fregadera que estaba detrás suyo. Luego se fue con Ratita.

Fernando trabajó unos minutos en la redacción de la descripción sobre lo que más le gustaba (sobre Ratita) y cogió una toalla y ropa para secarse y vestirse después de una ducha. Se metió y dejó caer el agua caliente sobre él durante varios minutos, siempre se recreaba bajo el agua, le encantaba notar el calor húmedo bajando por todo su cuerpo. Era como un abrazo, como una capa acuática que le aíslaba del mundo, como si en ese momento estuviese encerrado bajo llave en un agradable sueño. Bajo la cálidez del agua estaba protegido. No necesitaba pensar en los problemas...

Ratita, un simpático pikachu olvidadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora