SLOWLY

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SLOWLY



*


"Voy pidiendo libertad
y no quieren oír,
es una necesidad
para poder vivir."


Rosas en el mar/ Aute


*


La incómoda sensación de ser observado estuvo todo el tiempo presente. De reojo, espiaba a sus alumnos, y sin saber muy bien porqué, sus ojos se detenían segundos en el joven Park, el primo de Jung Min, quién se encontraba ocupado en hacer anotaciones. Tonterías ¿por qué tendría él, que observarlo? Se concentró en hablar de la materia que impartiría, de qué manera se realizaría el trabajo en el aula y la forma en que serían evaluados. Tenía poco de ser profesor y era la primera vez que tenía alumnos de esa edad. Se sentía un poco cohibido y la sensación que lo seguía no lo ayudaba a sentirse más confiado. Hablaba sobre los temas que debían de cubrir en el semestre, cuando sus ojos se cruzaron con los del chico, quién no parpadeó. Esperaba de corazón que su cara no se pusiera roja o sería el hazmerreír de todos sus estudiantes. El chico entonces sonrió y volvió a su libreta. Parecía tan tranquilo. No entendía la aprensión de Jung Min hacia él. Por un breve, ínfimo instante, pensó en que tal vez debía hacer caso de ello y andarse con cuidado.


Pero era tan absurdo.


*****


"Deja eso". "No subas ahí". "Párate derecho". "Esa ropa no es apropiada". "Esa chica no te conviene". "Debes estudiar Medicina"... Y así hasta la eternidad. Su vida había estado lleno de reglas absurdas hasta el día en que rompió una, y lo encontró divertido. Luego rompió otra. Y luego otra. Y otra más. Hasta que fue tal cantidad de reglas rotas que sus padres tomaron la medida de amenazarlo a cada instante. "Cheol, no habrá videojuegos" y los hubo cuando se las ingenió para conseguirlos. "Cheol, tu mesada de este mes está cancelada", y lo estuvo, pero descubrió lo fácil que era estafar a alguien para conseguir dinero. "¡Cheol! ¡Si sigues así te meteremos a un internado!", y el internado fue historia, cuando, hartos de su conducta, lo echaron de ahí a patadas.


Su destino, era entonces, hacer rabiar a los adultos, lo había comprendido y asimilado de tal modo que no concebía la vida de otra manera.


Podía cambiar su proceder (esa era una posible opción), quizás podía ser un chico brillante con un futuro muy definido; a saber: carro, casa, un gran empleo, esposa e hijos y un bonito perro a quién brindarle aburridas caricias cada día al caer la tarde. Lo malo estaba en que una vida así no le apetecía de ningún modo. La vida debía beberse a grandes sorbos hasta atragantarse y terminar ahítos de ella.


Por supuesto, las personas sensatas no concordaban de ningún modo con él. Ni sus padres, ni los tíos, ni siquiera los primos que coincidían con su edad. Nadie comprendía su necesidad de hartarse de libertad y dejarse llevar por el viento. Lo observaban con miradas hoscas y cuchicheaban a sus espaldas, seguramente augurando el punto fatal al que lo llevarían sus malos pasos. Cheol correspondía a ese desagrado con otro más intenso. Y eso se aplicaba a todos. A todos menos a Jung Min. Cierto, su primo era acartonado y aburrido. Se escandalizaba por todo y trataba de evitarlo, pero lo había defendido de sus padres en más ocasiones de los que pudiera contar con los dedos de la mano. Le había consolado y había limpiado sus lágrimas cuando se sentía solo, aunque después rodara los ojos y le soltara sermones dignos de un salvaguarda de las buenas costumbres o algo así de aburrido. Pese a todo, Jung Min era lo más parecido a un hermano que tenía, aunque quizás él mismo no lo considerara así. Cheol le tenía cariño, mucho, pero no tanto como para obedecerlo por completo.

Las cuatro y diez.Where stories live. Discover now