Nueve veces Verónica

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          Pocas cosas de uso cotidiano guardan tanta relación con el mundo de los espíritus como los espejos. A través del tiempo, muchos pueblos han identificado la imagen que nos devuelven estos objetos con el alma humana. De allí deriva la costumbre de tapar todos los espejos que se encuentren cerca de una persona agonizante para evitar que su espíritu, al abandonar el cuerpo, quede atrapado en ellos. Y así comenzaron a formar parte de numerosas leyendas populares.

          Hay relatos que aseguran que hasta el mismo Lucifer se presenta una vez al año en los espejos para pasar al mundo de los vivos. Esto sucede en Noche Buena, justamente a la media noche. Al parecer, el Diablo lo hace en ese momento porque viene a la Tierra para opacar el nacimiento de Cristo y llevarse consigo algunas almas al infierno. Los intrépidos curiosos que estén dispuestos a correr el riesgo de verlo frente a frente deben pararse ese día, unos minutos antes de la hora indicada, frente al espejo de un baño totalmente a oscuras, encender doce velas negras, llamarlo por su nombre con los ojos cerrados, luego abrirlos y, por último, fijar la vista en reflejo, esperando que sean exactamente las doce en punto.

          Además de este espeluznante relato, podemos encontrarnos con otros, como los de Bloody Mary y Verónica. De hecho, la leyenda urbana "Nueve veces Verónica" es una de las más conocidas en la actualidad. Es sorprendente cómo se ha propagado a través de la web por miles de páginas, blogs y redes sociales. Hay muchas versiones acerca de su origen: algunos la relacionan con una sesión de Ouija practicada por unas adolescentes; en otra versión, una joven enferma es enterrada viva y regresa a través de los espejos para vengarse. Pero el relato que descubrirán a continuación es el que más me llamó la atención y el que,  a mi criterio, explica mejor el origen de esta leyenda urbana.

          No existe un acuerdo total a la hora de determinar quién fue Verónica. Hay versiones extremadamente contradictorias, desde las que dicen que la mujer de la leyenda es Santa Verónica, aquella que la acercó a Cristo su velo durante el Viacrucis para que enjugara su rostro (tela que luego se convertiría en el Santo Sudario) hasta las que aseguran que es nada menos que la misma hija de Satanás. Sin embargo, las corrientes más aceptadas son aquellas que hablan de dos amigas, Carolina y Verónica, que cultivaron una singular y profunda amistad... tan singular y profunda como la pasión que provocó el siniestro final del fuerte lazo que las unía.

          Inseparables desde la infancia, las dos muchachas se vieron involucradas en mil y una travesuras. Se complementaban a la perfección, aunque había algo que saltaba a la vista: a pesar de ser tres años menor, Verónica siempre convencía a Carolina para llevar a cabo sus más locas y perversas ocurrencias. Una de ellas se originó a partir de un extraño razonamiento que realizó el día de su cumpleaños número catorce. Pensó que si en el transcurso de tres años ninguna de las dos lograba enamorarse de algún muchacho, entonces era claro que habían nacido para ser monjas y ambas deberían entrar en un convento para hacer sus votos.

          Sucedió entonces que cuando Verónica cumplió diecisiete abriles, el amor seguía sin aparecer en sus vidas. Su amiga se ilusionó pensando que podría haber olvidado lo pactado tres años atrás, pero ella era muy testaruda y estaba acostumbrada a que todas sus ideas se llevaran a cabo, por lo que aquella noche, sin decir una sola palabra a sus padres, cumplieron lo acordado. Llamaron a la puerta del convento más cercano e ingresaron en él, abandonado para siempre el mundo en el que habían vivido hasta ese momento.

          Al comienzo, todo marchaba bastante bien. Las monjas veían en ellas a dos jóvenes con mucho potencial a quienes habría que moldear lentamente y las muchachas se comportaban demostrando curiosidad, devoción y cierta obediencia. Pero aquello no duró mucho, ya que se fueron hartando de la nueva, vida que habían elegido. Era demasiada sumisión, demasiado orden para dos adolescentes como ellas. Así, se fueron volviendo cada vez más rebeldes y desobedientes y a las monjas les resultaba cada vez más difícil dominarlas. La situación llegó a tal punto que las dos comenzaban a pensar que lo mejor sería abandonar el convento, pero ninguna quería ser la primera en dar el brazo a torcer.

Voces Anónimas OCULTOWhere stories live. Discover now