Parte 7

70 4 2
                                    

La muerte. Es decir, cuando el cuerpo o lo que quedaba de mi abuelo dejó de latir, fue un suceso tan esperable que nadie se sorprendió. La llamada o el aviso fue llegando y haciendo un dong que nos avisaba de que se había ido, con algo de dolor y, sobre todo, alivio. Todos pensábamos en aquel alivio, ya no de quienes la cuidaban, que era también duro, sino y precisamente porque aliviaba el sufrimiento de nuestro ser querido. Podríamos decir que ya no sufría antes, no era ella... La cosa no sería tan fácil, teniendo ese cuerpo aún vivo, aún se sufría. Como dije al principio, dirimir este asunto no es fácil. Su muerte, tras un tiempo de velatorio, nos alertó de que ya no podríamos admirar más el último de sus recuerdos sin estar la prueba, el documento de carne y hueso, de su existencia. Así, si nunca lloró mi madre, mi tía, mi tío, en el entierro con el cura delante, hablando de ese lugar del Más Allá, que nosotros imaginábamos que era la memoria que nos dejaba, como materialistas y poco creyentes que éramos..., empezaron todos a derramar una lluvia de lágrimas que hubieran podido deshidratarse.

Yo entonces no pude llorar. Cuando murió mi abuelo tampoco pude. No podía, no me lo creía de alguna manera. Un dolor insufló mis pulmones y me cortó la respiración, en las dos ocasiones. Luego me quedé pensando en mis viejos recuerdos, en todo lo que había dejado atrás. Lo miraba con tristeza y dolor, pero cortante y plomizo, que hacía desaparecer todas esas imágenes..., porque no quería mirar, no quería pensar que todo aquello se había esfumado. Se había convertido en una ceniza que, de noche, me quemaba y me iba dejando olor a chamusquina. Al principio, propio de mí, dejado y absorto a mis obsesiones, no presté atención en la necesidad que mi cuerpo necesitaba de apagar ese fuego. A pesar de lo que suponía y marcaba en mi vida, en mi personalidad, en mi legado vital, mi abuelo y mi abuela, quería dar puerta a esa vida ya que no me hacía más que sufrir: era mirar a un sueño que nunca fue, que idealizaba y tenía una sombra oscura en cada esquina. Ya fueran ataques, ya fueran mis dependencias físicas en mis momentos de fragilidad corporal, etc. Ya fuera la añoranza de una claridad que solamente da el ingenuo del niño, ése que admiraría un nietzscheano de corazón. Nada de eso formaba parte de mi yo de aquel momento, me apartaba de mi propio camino, que había de construir.

Aquel día de entierro la honramos y al siguiente todo siguió igual. Reímos, lloramos, recordamos, nos abrazamos y besamos. Incluso seguimos viéndonos, pero menos, la familia, la que conseguía reunirse en distintas ocasiones... Cada uno se quedó con una parte del abuelo, de la abuela, de cada uno de nosotros. Yo viví una cosa, mi primo otra, mi madre tal, mi tío ésa... Podíamos dedicarnos a un collage de los recuerdos, pero no teníamos ganas, esfuerzos. En vez de sufrir pensando en lo que nunca ya volvería, seguimos viviendo. Yo, que no quería aceptar el dolor de su muerte, me quedé enterrado entre un pasado que añoraba o tapaba, y mi vida presente sin ningún camino decidido. Yo querría comerme el mundo, pero no tenía claro si con cuchara, con tenedor o cogiendo un buen cuchillo. Fue cuando me di cuenta de que el mundo no se come, se mastica para que él no se te eche encima aplastándote...

Cuando pasaron unos años y empezaron a derrumbarse mis sueños y mi propio sentido de mi integridad, volví a temer perder mi firmeza, volví a pensar en la pérdida. Una persona como yo no podía haber pasado por alto lo que para mí suponía todo ese sinfín de imágenes que se iban cayendo, como un mar de arena, en donde se escondían hasta algunos sueños, sentimientos, deseos, de los que me reiría con una gran sonrisa hoy por extraños, por no corresponderse con mi forma de ser actual... Fue cuando me di cuenta de que se habían ido y de lo que me dolía su pérdida. En esos momentos era cuando me preguntaba qué me aportarían sus debilidades, sus dudas, sus enfermedades, a mis debilidades, dudas y fragilidades que me impedían seguir adelante. Ya era tarde, pero hacía tiempo que lo era. Tenía que seguir adelante encarando lo que había aprendido de sus vidas, de la que yo vi, lo que yo viví, y podía aprender, comprender, asimilar. Entonces fui atesorándolo y lo hice con temor. Es más, lo hacía con cierto sentido de ratero: me emocionaba, lo escondía y temblaba con perderlo. Recordaba la imagen de mi abuela...

Podía verme un niño cogido de su mano saliendo del cole. Todavía podía ser capaz de saber quién era yo, me preguntaba que qué había hecho y si me había pasado algo, si me había comido tal alimento o si me había dado una crisis... Estaba preocupada, me cuidaba. Yo saltaba de alegría por vivir, y esas ganas de aprender del mundo para poder saber qué eran las cosas que me rodeaban eran inocentes como las lagartijas que buscaba y atemorizaba sin motivo. Ella me contaba cómo le había ido la compra, que le había sucedido a mi primo una cosa muy graciosa, o que había que salir corriendo que el abuelo andaba malo porque se había caído. Mi abuela por entonces era un tanque a prueba de bombas, que hubiera podido parar cualquier cosa. A pesar de su fragilidad, de su poca fuerza corporal, ella podía con ello. Eso me sorprendía. Luego, como adulto, ya me he preguntado: ¿cómo podría hacer esas cosas tan grandes como montañas, y cómo yo podría levantarlas para conseguir superarme, hacerme feliz? Ella podía... ¿Cómo lo hacía? Era su terquedad, su búsqueda de encontrar una solución fácil a un grave problema, o simplemente ese impulso natural a salir adelante.

El recuerdo ha conseguido poco a poco aliviarme la pérdida, cuando pienso que es simplemente algo que ya no está, es pasado, y es otra historia más, duele de la misma forma que el objeto querido que se pierde. Aunque yo no soy tanto el protagonista, sino uno más, por mucho que sea el narrador. Hoy es mi abuela la protagonista principal. 

----

Podéis descargar o visualizar el PDF en el vínculo externo. Estas partes van juntas en el relato original; esta separación es para aligerar la lectura en Wattpad.

Memorias de una residencia (La Caída de Ícaro)حيث تعيش القصص. اكتشف الآن