—No creí que tuvieras las agallas de hacerlo. Las chicas de ahora me sorprenden.

Su cara sigue sin demostrar nada. Yo estoy casi igual, rogando por mantener mi castillo de hierro emocional aún en pie.

—¿Qué te hace creer que no tengo agallas para esto, Hana? —le escupo en la cara—. Tengo agallas incluso para follarme a tu hijo y no pagarte.

Ella sonríe. Por fin tiene una reacción y juro que estoy asustada hasta la mierda, porque esa sonrisa no trae nada bueno.

—Vamos a ver —murmura, apoyándose cómodamente en su elegante silla—. Te he dado una advertencia, te di tiempo para alejarte de él, incluso he esperado a que comprendieras de qué iba todo esto, pero... ¿En serio estás tan pirada como para pisar mi maldita oficina y hablarme así?

—¿Pirada, yo? —apoyo las manos en su escritorio, y siseo—: No me conoces en lo más mínimo, Hana.

—¿Qué estás dispuesta a arriesgar o perder por Yuu?

Su pregunta me deja desconcertada y creo que se da cuenta de ello. ¿Estoy realmente dispuesta a perder... todo? La veo cruzar sus manos por su abdomen, como si estuviera disfrutando el momento. No debo dudar, no debo darle ninguna maldita satisfacción a esta mujer...

—Qué y cuánto —le corrijo, sintiendo adrenalina—. Quiero a ese hombre y no me importa el precio.

—Respuesta correcta, pero, ¿puedes realmente negociar? —las arrugas de sus ojos se marcan—. No creo que una niña de dieciocho años pueda pagar el precio.

—¿Qué tengo que hacer?

—Hay unas muchachas de la otra calle, las del club de Arly. Le quitan clientes a mis chicas y alguien debe encargarse de darles una lección —levanta las cejas hacia mí—.  El idiota de Arly hará un viaje el viernes, quiero que vayas a darle una visita a las pequeñas perras cuando él no esté. ¿Te gusta eso de arrancar cabellos y desfigurar rostros bonitos?

Carajos, no puedo hacer eso. ¿Cómo se supone que voy a golpear chicas inocentes que no tienen la culpa de estar prostituyéndose en un club nocturno, y que probablemente son obligadas a ello? Trago saliva con dificultad y bajo la mirada a mis uñas, las cuales observo fingiendo desinterés.

—¿Eso cubre el resto de vida que vas a pasar sin las ganancias de los... servicios?

—Tengo otro encargo, por supuesto.

Hana acomoda su corto y oscuro cabello y, sin siquiera esperarlo, deja un papel en la mesa. A pesar de su semblante tranquilo, sé que está demasiado alterada porque la estoy desafiando. No quiero tocar nada que provenga de ella, por lo que dejo el papel allí esperando una explicación.

—Vuelvo a repetirlo: ¿Qué y cuánto estás dispuesta a arriesgar o perder? No soy una mujer que negocie, y te lo estoy poniendo fácil —murmura, y al ver que no respondo, sonríe—. Cariño, si no te ensucias bien las manos, esto no merece la pena.

—Bien —tomo aire, decidida—. ¿Qué es?

—El segundo encargo es fácil —deja dos paquetes en la mesa—. Son dos kilos. Tienes que poner esta preciosura en el equipaje de Arly cuando esté en el aeropuerto. Me importa una mierda cómo, pero lo harás. Sale el viernes próximo a las siete, en el papel está la información del vuelo. Asegúrate que la poli revise el equipaje, ¿está claro?

Asiento, pero realmente no estoy segura de querer tocar esa mierda. Jamás he estado tan cerca de las drogas como ahora.

—Bienvenida entonces.

Un suspiro y mil disparos | the GazettEWhere stories live. Discover now