Capítulo siete

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Día 4

Sus pupilas dilatadas se pasearon por cada facción que componía la estructura de su rostro. Los rayos de luz solar se unieron en un vals iluminando en un tono dorado su piel, calentándole las mejillas. Sus labios ligeramente abiertos expulsaban el aire que se colaba por su nariz, su varonil pecho se inflaba en un rítmico compás.

La pestañas de Felix revolotearon lubricando sus ojos, que por tiempo prolongado se mantuvieron observando a Chang Bin estando dormido. La noche anterior le cedieron que pudiera dormir junto a él, durmió toda la noche con el peso apoyado en el lado del cuerpo en la que se hallaba su pierna sana, de ese lado estaban Bin recostado boca arriba. Despertó antes de él y lo miró sin moverse de su lugar.

Un sentimiento reconfortante lo envolvió con calidez. Desde el primer momento en que lo vio algo lo había clavado a él, algo que le impedía apartar la mirada. No estaba seguro si se trataba de su atractivo, de su masculinidad, de la imagen misteriosa que proyectaba o de sus silenciosas y humildes acciones. Chang Bin era, por mucho, una persona que llamaba su interés y le producía emociones confusas y peligrosas que le gustaban. Le hacía latir rápidamente el corazón, y latió con más velocidad en el momento en que Chang Bin despertó y se giró a verlo. En el momento en que se volteó a verlo, Felix rápidamente cerró los ojos y pretendió seguir dormido. No debía enterarse que le estaba viendo, pero para Chang Bin, ese fue un intento que derrochó ternura.

Han Ji Sung, por otro lado, fue interrumpido de su sueño por la celosa luz solar que le golpeaba los párpados cerrados. Apretó con fuerza las ojos y arrugó molesto la nariz por el intruso de su descanso. Estirando sus extremidades, se dio la vuelta libremente hacia un lado y volvió a acomodarse encogiendo sus piernas usando sus manos como almohada, siguió un agradable aroma a su lado acurrucando su cabeza en una almohada de mayor tamaño. ¿Por qué su almohada se movía? Abrió los ojos, su cerebro aún no terminaba de procesar a quién pertenecían esas ropas. Elevó la mirada.

—¡A levantarse! —Saltó en un respingo al notar de quién se trataba— Espero que tengas hambre, precioso, porque te hice el desayuno. No tienes por qué agradecerme.

Ji Sung se incorporó sobre sus codos confundido, largando un bostezo y revolviéndose los cabellos.

—¿Qué es eso? —Señaló al plato en sus pies.

—Huevos de codorniz, los encontré sobre un árbol —comentó desairado rascándose la parte trasera del cuello, lugar donde aun permanecían los pinchones de un ave que lo atacó mientras buscaba alimento en un nido abandonado.

—Ah... Creo que paso.

El pelinegro le miró arqueando las cejas.

—Deberías comer algo, anoche no cenaste nada y te fuiste a dormir directamente porque estabas mareado, además —Chasqueó los dedos y le señaló con el índice—, le dije a tu madre que te cuidaría —puntualizó. Ji Sung formó una cara de disgusto acompañado de un puchero. No quería admitir que tal vez tenía un poquito de razón—. ¿O prefieres desayunar mis besos? —Propuse cerrando los ojos y parando la trompa en dirección al Omega.

—¡Yah, yah! Lo comeré, lo comeré... —Le detuvo antes de que se acercara otro centímetro a su cara. Min Ho sonrió ladino con satisfacción orgulloso de su increíble talento como domador de fieras. Tres y contando.

—¿Y? ¿Qué tal está?

Han formó una mueca tan pronto como su lengua percibió algunas partes fritas y otras blandas del huevo de codorniz.

La MigraciónWhere stories live. Discover now