Capítulo once

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Estadía

El sentimiento de temor que le transmitía aquella cueva era opacada por la niebla de sus pensamientos, y la frialdad que emitía reemplazada por el cálido cuerpo de Chang Bin sobre el suyo.

Chang Bin besó al hermoso chico que se mantenía recostado debajo suyo sobre un tumulto de mantas sobre el suelo. Le acarició los labios con suavidad con los suyos, los besó lentamente, se regodeó del dulce sabor de éstos siendo respondido con alargados y profundos suspiros, con el corazón golpeteando contra las pequeñas manos en su pecho. Y lo besó, y besó, y besó como tanto había anhelado.

Estaba tan enamorado de Felix. El cómo sucedió es algo que no terminaba de comprender, pero que no cuestionaba. Quería llenarse y envolverse de él; que lo acompañara; consolarlo y ser consolado; estrecharlo en sus brazos por las noches; despertar con su mirar en las mañanas; ser cómplice de sus noches más ardientes. Quería a Felix en su vida.

Lo quería tanto, tanto.

Sintió sus manos arrastrándose con calidez de su pecho a sus mejillas, y continuó besándolo como no había dejado de hacerlo. El tiempo había pasado desapercibido desde que volvieron a las montañas. Y daba igual. Le encantaba. Le encantaba esa sensación que hacía parecer el mundo detenerse, los alrededores esfumarse, no estando en otro sitio más que los labios de su Omega.

Con su lengua dio tiernos toquecitos sobre los labios del otro, pidiendo por acceso a su boca, el chico la abrió levemente concediéndole la entrada, o más bien, anhelando que ingresara. Usando la punta de la lengua se abrió paso, siendo buscado pir el contrario. Probó de él con más fervencia, más ferocidad, más pasión, haciendo incrementar la temperatura del espacio. Los pequeños murmullos que se quedaban atrapadas en la garganta de Felix de un modo u otro estaban comenzando a atontarle, haciéndole sonreír internamente.

Se separó de sus labios y sus besos bajaron dulce y cortamente por su mandíbula, usando los dientes de vez en cuando provocándole soltar jadeos, llegó a su cuello deteniéndose un segundo, lugar donde más se concentraba su aroma, tan fresco y abrasador a la vez, recordándole su hogar. Comenzó por esparcir lentamente sus besos, suaves, siendo apenas un ligero toque sobre su piel, sin percatarse de todos los estragos que ocasionaba dentro suyo. Le estiró con los dientes y le chupó provocador. Una de sus manos viajó hasta el borde de la camisa del pequeño, buscando el contacto con la piel de su vientre pero fue detenido abruptamente.

—Chang Bin, aún no estoy en celo —interfirió sujetándole de la camisa.

—Oh, yo tampoco, uh... —dijo incorporándose levemente— podemos esperar, si tú quieres...

—Uhm... —Se lo pensó. Esperar a estar en celo junto con Chang Bin o...— No.

Rió sorprendido al momento en que fue empujado hacia su costado, siendo atacado por los labios de Felix. Giró reanudando su intensiva sesión con los besos de un inexperto, pero aún adorable, Lixie. Tomando espacio sin separarse de su boca, comenzó que desatar su camisa. Lix lo dejó ir llevando la mirada a sus repentinos movimientos. Le observó el pecho asomándose detrás de esa camisa, tan fuerte y esbelto, en realidad nunca había visto a Chang Bin de ese modo, por lo que presenciarlo de aquella forma le robaba el aliento y le hacía tragar con fuerza. La camisa del pelinegro resbaló descubriéndole los hombros mientras se reposicionaba entre sus piernas y se inclinaba nuevamente a besarlo.

Los besos cobraron más intensidad haciéndoles olvidarse de la helada que era aquella cueva y recordarles lo calientes que se estaban poniendo sus cuerpos. Con algo de timidez, Felix llevó sus manos al cuello del Alfa, vacilando un segundo antes de bajar lentamente por su torso, sintiendo con sus dedos sus afinadas clavículas, sus duros pectorales y su adorable pancita. Rodeó la cintura del mayor y volvió a subir delineando cada músculo y curvatura de su espalda, percibiendo el calor de toda ella bajo la tela, hasta encontrarse con sus omóplatos. Pronto Chang Bin lo incitó a levantarse.

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