Capítulo cuatro

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La Migración

Día 1

Los pies que circulaban por la explanada no dejaron de moverse. Hombres transportaban cajas de madera repletas de frutas, sacos de arroz, cazos con agua. Eran apilados y envueltos en pieles protectoras instrumentos de supervivencia; cuchillos, machetes, herramientas. Empacadas mudas de ropa, tiendas, futones, almohadas, artículos de higiene.

El gran día de la migración había llegado finalmente teniendo a todos trabajando, y eran apenas las diez de la mañana. ¿Y cómo no? Siendo el día del inicio de la gran migración uno de los más atareados de la temporada.

Los guardias asignados le daban una mano a los seleccionados a montar sus pertenencias sobre un gran carreta la cual sería transportada hasta las montañas con la ayuda de un caballo. Asímismo, empacaron su propio equipaje y el agua y alimento de los corceles.

Alfas, Omegas y sus familias estaban reunidos en las afueras del pueblo, en el punto donde los seleccionados partirían para comenzar ese largo y laborioso viaje. Eso los tenía en un último pequeño momento de calidad con sus seres queridos dando un último adiós y recibiendo palabras de aliento.

Mientras tanto, Felix era asfixiado por los enormes brazos de su hyung.

—¡Te voy a extrañar mucho, Felix! —decía el grandote haciendo crujir todos los huesos de la espalda de su dongsaeng.

—Y yo a ti, hyung —dijo con dificultad.

—La casa estará muy sola sin ti. ¿Con quién compartiré mis pasteles de luna ahora? —dramatizó separándose del chico, lo suficiente para cubrir su rostro con sus colosales y regordetas manos y aplastarle las mejillas— Te guardaré unos cuando regreses.

Estaba seguro que lo haría.

—Eso me gustaría, Nam Hee hyungie —Sonrió abiertamente para su hyung logrando que sus ojos se achicaran. A través de los ojos de Nam Hee, Felix era de nuevo ese niño inquieto y alegre al que tenía que compartir de sus pasteles de luna para que dejara de hacer berrinche.

—Oh... —Volvió a estrujar al pequeño con ternura meciéndole de un lado a otro— Cuídate mucho allá afuera.

—Lo haré.

—Quédate todo el tiempo junto al grupo, te quiero sano y salvo cuando vuelvas.

Rió envolviendo sus brazos por la espalda del hombre, sus manos ni siquiera podían tocarse. Extrañaría tanto la barriga esponjosa y el calor que le brindaba el pecho de su hyung.

Una gran masa de animales que se hacían pasar por el equipo representativo de kendo del pueblo rodeaban a un pequeño Chang Binnie hasta sofocarlo. Recibió abrazos asfixiantes y buenos deseos que no pudo interpretar de primera cuando todos le hablaron al mismo tiempo. Como pudo logró escapar de los gigantes bobalicones del equipo pero enseguida fue apresado por otro de ellos.

—Suerte en las montañas, Chang Bin hyung —le decía un empalagoso Hyun Jin abrazándolo por las espaldas, era tan alto que podía recostar su cabeza sobre la del mayor sin problema.

—Ah —suspiró—. ¿Justo se tenía que atravesar un torneo ahora? —El chico aflojó su agarre y sólo así se pudo dar la vuelta para encararlo.

—¿Estarás bien con ello?

—Es frustrante —admitió—, será el primer torneo en el que no estaré.

—Tómalo como unas vacaciones —Lo conocía bastante bien, sabía que no estaba en las manos de su amigo ser seleccionado para la migración, aun siendo un atleta de alto rango era su deber cumplir. La vida de Chang Bin no se basaba en ser bueno, ni en ser el mejor, se basaba en dar todo lo que tenía en lo que le apasiona. Privarle de algo como aquello era como cortarle las alas a un ave, y Chang Bin detestaba ser un ave incapaz de volar—. Traeremos el oro a casa, Binnie. Lo haremos en tu nombre, no te defraudaremos.

La MigraciónWhere stories live. Discover now