Capítulo 78. La guinda.

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Alba la miraba de soslayo, no quería que la pillara observando y se creyera que andaba suspirando por sus huesos. Ya formaba parte del pasado, era un tema que superar y esperar, sin demasiadas ilusiones, rescatar algo de amistad de todo aquello. Al fin y al cabo era la gran Lacunza, olvidar a su fisio sería pan comido para ella. 

Estaba tranquila, relajada, serena. Apenas participaba de la conversación, a pesar de los intentos constantes de la cantante por alejar de sí misma la atención. Estaba tranquila, relajada, serena. Por los cojones. No dejaba viva ni una de las etiquetas de sus cervezas, pues, aunque ella se obligara a no mirar hacia aquella estrella pop, la cantante no tenía el menor reparo en abrasarla con su intensa mirada. Le hacía subir los colores y respirar con dificultad, entregándose al despiece destructor de sus dedos en el papel de su Mahou. Estaba tranquila, relajada, serena. Por los cojones. Pero lo parecía. 

Y eso hacía que Natalia se desesperara. Lanzaba todo su arsenal, ráfagas insistentes de metralleta, un par de obuses, tres granadas de mano y hasta un sonoro carraspeo. Nada, la cabrona de la rubia se negaba a cruzar con ella la mirada. 

¿Qué escondes, qué es lo que no quieres que vea, Reche? Porque observo la calma en tu expresión corporal, en la relajación de tu rostro, entonces, ¿por qué no me dejas asomarme a tus ojos? Vamos, deja que me vaya a casa con la tranquilidad de saber que estás tan desbordada como yo. Mírame. 

Pero no hubo forma. 


- Sigo sin entender ese arrebato tuyo de cortarte el pelo, de un día para otro -comentó la Mari, ajena a ese juego de miradas que no era tal, pues era la pava de Lacunza jugando sola contra un frontón. 

- Una apuesta -comentó, despeinándose con la mano. 


Ahora sí, ahora sí que sí, Alba Reche alzó la vista hasta atronconar con la de la morena. Sonreía la rubia a medias, como si no le permitiera a sus labios contar mucho más de lo que estaba pensando. Observó la expresión de Lacunza en ese segundo interminable, como llevaba haciendo toda la noche en los escasos momentos en los que le dejó libre el camino hasta sus ojos. Se la veía en paz, con una sonrisa de Mona Lisa que no estaba segura de si existía o no, como si fuera la guardiana de un secreto que todos quisieran conocer, como si ella supiera una información que nadie más tenía. No sonreía, se le arremolinaban las comisuras de los labios, como caracolas, sin llegar a levantarse y, según la miraba, dudaba de si sonreía o no. 


Qué bien se te da el misterio, hay que joderse. Pero ya no me perturban tus respuestas, tus secretos, tus enigmas y tu acertijos, ya no son mi asunto, solo estoy aquí, sentada, escuchando lo que dices sin preguntarme qué es lo que callas. Me da igual lo que susurras entre líneas, no intento comprender lo que en realidad quieres decir con las cosas que salen de tu boca. Me da igual. No me hago preguntas. No. Ninguna. 

Pero deja de mirarme así, de no sonreír como si sonrieras. No me interesa. Ya no. Joder. 


- ¿Qué famosa se juega su imagen, que por si no lo sabéis es una cosa bastante importante en su trabajo -Sabela señaló a Natalia-, en una apuesta? 

- No es que nunca haya sido una famosa normal, para ser sincera -dijo la Mari. 

- Desde luego que no, aquí está, con un grupo de perdedoras -brindó Marta. 

- Amén -musitó Alba, levantando su botellín y bebiendo sin mirarla. 


A Natalia no se le escapó ese gesto. ¿Eso pensaba? ¿Después de todo lo hablado, de todo lo confesado, de todo lo vivido, volvían al principio de su relación, como si no se conocieran? Una siendo una simple mortal, la otra una famosa cantante a dos galaxias de distancia de todo el mundo. ¿No había servido de nada cada hora que habían ido descuartizándose las personalidades a base de cremas y agujas de acupuntura? ¿Haber tenido que alejarse para dejar de hacerse daño había borrado todo lo demás? 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now