15- Ideas preconcebidas.

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En el comedor, Natalia le había estado explicando a su compañera como debía rellenar los informes, como  como explicar cada acción en la que ella se había visto implicada, y sobre todo como apuntar todo el material que había estado utilizando. Una vez explicado todo la morena se marchó a su cuarto, necesitaba cambiarse porque la mezcla de olores que se daban en aquellas circunstancias lograban marearla hasta el punto de sentir que perdía el conocimiento: sangre, vomito, su propio sudor y su propio miedo.

Se dio una ducha rápida y al salir respiró aliviada, el sol llegaba para llevarse la tenebrosidad de la noche. Al quedarse quieta pudo notar como el agotamiento físico y mental comenzaba a hacer mella en su cuerpo, pero sabía que no podía detenerse, aún quedaba mucho trabajo por hacer. Se cambió pensativa, por más que no quisiera pensar. Al salir de su cabaña la imagen era desoladora. Hombres, mujeres y niños, sentados en el suelo, apoyados unos con otros, dándose calor con las mantas, con sus propios cuerpos. Miradas perdidas, lagrimas en silencio, y la misma rabia que la primera vez que vivió aquella misma situación con otros rostros, otros nombres, pero al fin y al cabo, seres humanos. Revisó a los que mostraban golpes y heridas, a los niños, habló con algunos que necesitaban paz; ayudó a Nmaba con su perro y a Nsona a repartir leche caliente y mandioca. Aquellas mujeres les entregaban no solo alimento, sino también una sonrisa, y ellos les devolvían un agradecimiento a pesar de su propia desgracia.

Cuando terminó aquella tarea, se dirigió con paso cansado al comedor pero la voz de Noe, y otra apagada, que reconoció como la de Albe le hicieron detenerse en seco tras la puerta. Nunca fue muy dada a escuchar conversaciones ajenas, pero tratándose de quien se trataba se detuvo expectante.

- Venga anda, con esto te animaras.

- No sé Noe, no sé... ayer cometí un error grave. Puse la vida de Natalia y la mía en peligro.

- No te agobies por eso cariño, son los primeros casos que vives, la adrenalina a veces nos juega malas pasadas.

- Ya... pero Manu tiene razón.

- Puede... pero él, y está mal que yo lo diga, hubiera hecho lo mismo.

- No sé si puedo con esto, no lo sé –dijo abatida.

- ¿Qué quieres decir? –la miró con seriedad, mientras la morena tras la puerta cerraba los ojos sin poderlo evitar, sintiendo que su cuerpo se había quedado paralizado.

- Creo que pongo en peligro a todos, creo que no estoy preparada para estar aquí –había apoyado sus codos sobre la mesa, una mano la tenía apoyada en la frente, la otra en la barbilla.

- Eso no es verdad.

- No soy tonta –sus ojos se llenaron de lágrimas.

- Eh, esto es un poco de bajón por lo que ha pasado–la abrazó ejerciendo el papel de madre que siempre le salia de manera natural.

- No sé Noe, he pensado que no sirvo.

- Un momento –la miró con angustia-. ¿Quieres decirme que piensas marcharte?

- Yo...

- Hola... –apareció Natalia, que no pudo aguantar más y sintió la necesidad de cortar aquella conversación.

- Hola cariño. ¿Te pongo el café? –la miró la más mayor con tristeza.

- No, ya lo hago yo tranquila, ¿cómo estás Alba? –le preguntó con una cercanía que sorprendió a la enfermera y a la propia mujer.

- Pues... no sé.

- Quería felicitarte, creo que si no llega a ser por tu agilidad con el pequeño, ahora estaría en la morgue con los demás –le sonrió.

África // AlbaliaWhere stories live. Discover now