1- Peculiar.

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Amanecía la Selva, presumida y coqueta como ella sola, con sus colores cálidos mostrando un saludo en el cielo de África, dibujando un amanecer hermoso y fresco. Los pájaros comenzaban a despertar de su sueño, algún que otro rugido se escuchaba con nitidez entremezclándose con algún que otro gemido que salía por debajo de una fina colcha de punto. Dos cuerpos disfrutaban del placer, las manos, las bocas, las pieles, los gemidos controlados, ligeros mordiscos, movimientos al compás convirtiéndose en espasmos, el sexo más salvaje que se podía vivir ajeno a todo sentimiento, entregado nada más que al placer.

Al finalizar, en una cabaña, alguien rompió el silencio.

-No ha estado mal –se oyó una voz de mujer

-Perdona, conmigo jamás está mal –contestó orgullosa otra, extasiada aún por el goce.

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A su vez, un avión partía del aeropuerto internacional de Barajas.

En él una joven repleta de miedos, pensaba en como sería su vida en aquella selva a la que sin saber porque, había aceptado marcharse a trabajar como enfermera. Un suspiro largo le hizo recapacitar, claro que sabía porque se iba tan lejos.  Necesitaba huir.

Huir de su vida, huir de sus padres, y de la obligación que le habían encasquetado en forma de relación con uno de los chicos de la alta sociedad de Madrid; un chico que no la quería, pero que era guapo, engominado, con unos dientes perfectamente alineados que le habían costado una pasta gansa, unas uñas recortadas a la perfección con más manicura de la que ella misma llevaba y un buen paquete (o al menos eso decían sus amigas, que se cambiaban por ella con una facilidad asombrosa). Ese conjunto virtuoso daba el resultado de un tal Alex.

Una chica, que un buen día, se miró al espejo y vio a una joven sin sueños, sin ilusiones, con un título de enferma sacado por un centro privado, y del que sus padres no querían ni acordarse.

Una chica, Alba Reche, que unas veces era una muñeca hinchable para goce de su novio, a veces de trapo cuando se quedaba sola y vacía, a veces, una Barbie que exponer en las fiestas de alta sociedad de sus padres.

Una chica, que frente a aquel espejo tomó la decisión de huir y en un momento de locura solicitó presentarse voluntaria como cooperante en África, y que cuando recibió el billete de avión, le pusieron las vacunas y le entregaron sus papeles, despertó de aquel sueño y vio la realidad. Tan solo el miedo al ridículo no le hizo devolverlo todo y meterse corriendo bajo las finas sábanas de seda que cubrían su cama.

La misma chica que no pudo dormir en el trayecto a su nuevo destino. Debía llegar al aeropuerto de Brazzaville, el Congo, y de allí con una avioneta partir hacia Loukolela donde el Coordinador General la estaría esperando para llevarla a su puesto. Sólo de pensar que estaba ya más cerca de su nuevo hogar que de su vida anterior, le daba un vuelco en el estómago.

Había decidido vivir la vida y aquello era un buen comienzo, su sueño siempre fue ayudar a los demás aunque nadie la entendiera, por esa razón estaba en ese avión, por esa razón, había roto cualquier relación con su familia y amigas, que le dieron la espalda al saber que se marchaba a un lugar donde posiblemente olería fatal, habría muchos indeseables por las calles y sobre todo, lo más repelente, enfermedades, niños con mocos y poco glamour.

Cuando la avioneta en cuestión aterrizó, tras rezar veinte Padre Nuestros y veinte Ave Marías porque pensaba que aquel bicho no llegaría a donde debía por muchos intentos que hiciera, por mucho que subiera y bajara, por muchos saltos que diera, finalmente al bajar y poner un pie en tierra, tuvo que frenar su ímpetu por besar el suelo cual sumo pontífice. Después de luchar con tres hombres de personal para que le bajaran las maletas, salió con cara de pocos amigos, con sus gafas Rayban, sus pantalones Levis, con sus botas de punta, y la camiseta más cara que se hubiera bajado nunca de aquel avión.

África // AlbaliaWhere stories live. Discover now