Capítulo 75. Un Lannister siempre paga sus apuestas.

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- Perdona por tomarme esa libertad, pero es que me estás arreglando LA PUTA VIDA -saltó en la silla y volvió a ponerse seria-. Perdona otra vez. Joder, estoy atacada. 

- A ver, por partes, Natalia, hija, que me has dejado a cuadros. ¿Por qué me das las gracias? 

- La semana pasada, cuando te dije que me angustiaba mucho el hecho de que no hubiera intentado llamarme nunca, ni siquiera el día siguiente a nuestra ruptura, como si nunca hubiera pasado, me dijiste que, hasta que no supiera los motivos, no tenía por qué pensar nada malo, puesto que no lo sabía y era dañino ponerse en lo peor sin necesidad. 

- Y tú me contestaste que qué opciones buenas podrían llevarla a no intentar jamás ponerse en contacto contigo -asintió Noemí. 

- Ya, sí, que quizá simplemente me estaba dando el espacio que yo necesitaba -rodó los ojos. Cómo detestaba, a veces, que tuviera razón-. Ahí vi que hay siempre posibilidades buenas además de las malas, y que, aún así, siempre pienso en lo peor. 

- Tú y el 80% de la población. Nos agobiamos pensando, a veces, cosas rocambolescas, cuando la explicación siempre suele ser la más sencilla. 

- Que siiiii -dijo con voz cansina-. Aprendí la lección. Y hoy la he puesto en práctica -sonrió sin dientes, achinando tanto los ojos que parecían navajazos en un tomate. 

- Oy, qué feliz me ha puesto esto. Cuéntame. 

- Hoy es mi cumpleaños -sonrió, ruborizada. Le daba una vergüenza enorme que la felicitaran, y no hablemos de aguantar el cumpleaños feliz rodeada de gente, frente a una tarta con velas, con todas las miradas puestas en ella: un suplicio para la gente tímida-, y Alba ha puesto una storie en instagram para "felicitarme". 

- Ya sabes lo que pienso sobre la comunicación en redes, Natalia. Todo lo que acabamos de hablar sobre afrontar una situación sin saber toda la información se refleja en todo el tema de las redes, porque ahí sí que no sabes nada: ni el contexto, ni el tono, ni la intención. Ni el destinatario -incidió. 

- Ya, pero es mi cumpleaños y es para mí. Yo lo sé, y tú lo sabes -entrecerró los ojos. 

- No sé para qué me esfuerzo -se apretó el puente de la nariz con los dedos. 

- Noe, porfa, no te enfades, que tienes razón y después te vas a poner contenta -le prometió-. Un trozo de una canción y una foto de la sala de fisioterapia donde trabaja, ¿vale? -gesticuló con las manos para ponerla en situación. 


Noemí adoraba a esa paciente, tan famosa pero tan inocente, tan genuina, tan especial en su manera de sentir y de vivir la música y las emociones, aunque en ocasiones la sacara de sus casillas. A veces parecía olvidar su motivo inicial para ir a terapia, y eso, aunque la cantante no lo supiera, también era un avance. Por eso la aguantaba, sino de qué. Asintió para que prosiguiera con otra de sus alocadas historias sobre lo que una quiso decir cuando dijo qué, y lo que esperaba que pensara la otra cuando intentó cuál. Peor que una novela. 


- La canción, sinceramente, una puta mierda. O sea, la canción está bien -se retractó-, es de su grupo favorito después de mí, aunque ahora que lo pienso me imagino que me he caído del podio, pero como no lo sé no voy a agobiarme -abrió los ojos y se dio en la sien con un dedo varias veces. Noemí intentó contener la risa-. El caso es que el trozo que eligió decía algo así como comprenderás, si te hablo así te ofenderás, lo conseguí, ya no eres más que sombras. ¿Cómo te quedas? 

- De piedra pómez -murmuró-. Bastante duro, la verdad. 

- Eso pensé yo... Todo mal, Noe, todo fatal. 

La sala de los menesteresWhere stories live. Discover now