CAP 20-Lágrimas y un ángel

2.5K 156 27
                                    

PUNTO DE VISTA DE

Salí de la casa de Christian sintiéndome avergonzada

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Salí de la casa de Christian sintiéndome avergonzada. Era un sentimiento extraño y desagradable que quería ya arrancar de mi cuerpo, pero no podía. Recosté mi cabeza del volante de mi auto dejando las lágrimas deslizarse lentamente hacia la alfombra plástica. No sabía que me ocurría, era como si de repente Christian hubiese despertado en mí sentimientos incontrolables y dolorosos. Había ido a su casa pensando que arreglaríamos las cosas, que era solo una tonta pelea y que volveríamos a ser lo que éramos antes. Pero qué éramos antes, exactamente? Todo era muy confuso. 

Arranqué el auto mientras limpiaba mis mejillas húmedas y empecé a conducir por las calles de Nueva York sin ningún rumbo en mente. No quise ir a mi casa temiendo de que mi madre se enojara conmigo por verme llorar. Me diría que soy débil y que debería estar avergonzada. No tenia amigas en las que confiar ni gente que se preocupara realmente por mí. Fue en ese momento que me di cuenta de que aunque siempre me rodeaban, estaba sola. Rápidamente, las lágrimas llenaron nuevamente mis ojos mientras cruzaba un semáforo, pero no pude verlo, y lo último que sentí antes de que se cerraran mis ojos, fue un dolor insoportable y sangre correr por mi piel. 

PUNTO DE VISTA DE 

PUNTO DE VISTA DE 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Cuando salimos del cine, le propuse a Zarah de ir a mi casa. Sabía que era una propuesta delicada, pero algo me decía que ambos deseábamos lo mismo. Tomé su mano hasta mi auto y le abrí la puerta del copiloto para luego dar la vuelta y arrancar. En el camino no hablamos mucho, pero hubieron miradas furtivas, casi tímidas, brillantes y con cierta picardía.

Eran las 8 y mi madre y Paul estaban en el parque de diversiones con Isabella, por lo que teníamos la casa solo para nosotros.  Caminamos casualmente a mi habitación con las manos entrelazadas. Sabía que ella estaba nerviosa, pero no me detuvo cuando empecé a desvestirla. 

-Dime cuándo detenerme- le susurré al oido mientras besaba su cuello. 

-No te detengas- susurró de vuelta. 

Me tomé mi tiempo para desvestirla e impregnarme de su esquisto perfume que nublaba mis sentidos. Sentía un completo extasié al besar su delicada piel blanca, al deslizar mis manos por sus curvas y embriagarme con aquella sensación de que nada podía separarnos en aquel momento. Su rostro estaba sonrojado y su piel empezaba a humedecerse por el movimiento intenso de nuestros cuerpos, lo que la hacia ver acalorada y me excitaba aún más. Nuestro movimientos encajaban en un compas perfecto y sus gemidos completaban aquella sinfonía. 

-Más, más.- pidió en un susurro manteniendo sus ojos cerrados, y complací su deseo acelerando mis embestidas.

Pocos minutos después, caímos agotados en la cama uno al lado del otro, ambos perdidos en la magia de la noche y envueltos por la calidez de nuestros cuerpo. 

Al principio no dijimos nada, pues en realidad, no había mucho que decir, pero sabía que Zarah, con su cabeza sobre mi almohada y su cuerpo desnudo entre mis sabanas, se preguntaba que éramos, y luego de unos minutos, me lo preguntó. 

-Qué somos?- preguntó mirando al techo cómo si buscase en él respuestas. 

-Somos lo que decidamos ser- respondí mirando al techo también, pero volteando luego mi mirada hacia su rostro angelical. 

Miro el brazalete que llevaba en la muñeca. Era el brazalete que yo le había regalado. 

-Somos amigos- dijo recordando nuestra conversación en la biblioteca. 

-Amigos...- repetí sabiendo que era lo que menos nos describía. Los amigos no tenían relaciones. 

-Tal vez solo deberíamos darnos tiempo- propuso girando su mirada para encontrarse con la mía. Tenía razón. Era tiempo, lo que necesitábamos. Pero cuánto? 

Zarah abrazó su cuerpo al mío dejando recostada su cabeza sobre mi pecho para luego cerrar los ojos. Su respiración se volvió ligera un par de minutos después, indicando que se había quedado dormida, pero yo solo me quedé allí observando aquel rostro que tanta paz me traía. 

Zarah Castellan era el ángel que calmaba mis demonios.

No me olvides #OLVIDADOS#3 (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora