Una enfermera ansiosa

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No podía comprenderlo. Claramente había entrado una ráfaga de aire frío hacía justo un instante; entonces...

¿por qué estaba sudando?

Daba igual. Eso entraba a un segundo plano, porque desde que había llegado aquí, los próximos segundos datarían el primer contacto humano que tendría en quién sabe cuanto tiempo, además de la sórdida paliza propinada por aquel... ¿abuelo? Mi mente comenzaba a aclararse un poco más. Podía percibir sensaciones que antes no. La sed, el hambre... Probablemente llevaría un par de días inconsciente, y no había recibido ningún cuidado. Sin embargo, claramente la morra pálida de ahí delante estaba trabajando como doncella. ¿Había estado ella cuidándome hasta el día de hoy?

Sé que para muchos, la labor de las enfermeras no parece tener tantísima relevancia en el mundo del hospital, en comparación con la figura médica. Siempre le han acompañado al pie de página la fama, la adoración, y la curación. Pero en mi vida de estudiante, en cada rotación... Quien de verdad estaba siempre con los pacientes, quién les daba aquello que su incapacidad o facultad les había quebrado; no eran los médicos: Eran las enfermeras. 

Uno de mis profesores solía decir que los médicos, no servimos para curar. Que somos incapaces de hacerlo. ¿Y cuál era nuestra labor, entonces? A veces, desearía poder estrujar el cerebro a algunos de mis profesores, hasta que se quedaran como si fueran Bob Esponja un mal día de gastroenteritis y diarrea. Eso me daría todas las respuestas que buscaba, sin perder el tiempo pensando. Pero ya sabéis lo que dicen... Sólo aquello en lo que invertimos más tiempo, nos aporta mejores resultados. Además, más allá de la fantasía de estrujarle el cerebro a un profesor, sería demasiado aburrido no descubrirlo por nuestra cuenta, ¿no? Supongo que habrá tiempo para discutirlo más adelante.

En cualquier caso, la doncella estaba a un par de metros de distancia, y mi ritmo cardíaco se empezaba a acelerar. Como seguía caminando con la cabeza entre los hombros, no había logrado ver que la estaba observando mientras me erguía sentado sobre la cama.

Dejó la bandeja de plata acomodada sobre un taburete que había obtenido bajo la cama, como si se tratara de su pequeño trastero, y comenzó a subir su mirada poco a poco, buscando al paciente que debería estar durmiendo plácidamente, como un niño de 7 años tras una cirugía de apendicitis.

— Hola —saludé, mientras su expresión cambiaba poco a poco de depresiva crónica, a una en la que aquellos moluscos que tenía por ojos parecían haber salido de su escondite. Estaban abiertos como platos, y podía observar todas sus ojeras. Tenían un color morado, y su tembleque parecía estar a punto de desembocar en que rompería a llorar de miedo en cualquier momento, como si hubiera mezclado ácidos y bases en los desechos del laboratorio, y todo estuviera a punto de estallar.

— ¿T-t-tú estás d-de-despierto? — tartamudeaba como si su lengua nunca hubiera tenido oportunidad de desarrollar funciones motoras, acompañada del ritmo de su tembleque. A simple vista, no parecía tener muchas habilidades sociales.

— Bueno... Hace un momento me preguntaba lo mismo que tú, hasta que sentí que mi pierna estaba atada a un poste de madera. —dije, señalando la cadena que me unía a la cama.

Así que... ¿Eres tú mi enfermera? — pregunté, señalándola

— ¿Enfer...mera? —Se cuestionó, con una voz más temblorosa que su propio cuerpo.

De repente, miró hacia debajo de nuevo, y se llevó sus manos entrecerradas, hacia la boca. Empezó a morderse las uñas, como si fuera un ratón royendo su pedacito de queso, probablemente en busca de calmarse.

— Tú no... ¡no deberías estar despierto! — exclamó para sí misma, aterrada, con lágrimas en los ojos; y echó a correr hacia la puerta.

— ¡Espera, no voy a hacerte daño! — Le grité.

Mierda. Supongo que acaba de quedar claro que no se me dan bien las mujeres.

Dejó la puerta abierta, pues había salido con mucha prisa, y comencé a examinar un poco más aquello que me tenía cautivo.

Estaba un poco oxidada, daba la sensación de que no era el primer uso que ésta tenía, que podría haberse usado para cerrar una gran puerta cada noche durante los últimos dos mil años. Pero lo más escalofriante era que, a pesar de los esfuerzos que parecía haber en haberlo limpiado... La cadena tenía un rastro rojo que se extendía por toda la longitud de ésta, hasta uno de los extremos.

Si éste no era mi mundo... Definitivamente esperaba que las puertas aquí, pudieran sangrar. 

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⏰ Last updated: Nov 09, 2019 ⏰

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