Prólogo

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"Toda verdad conocida y por conocer ha sido contemplada por ti desde lo más profundo que yace en tu alma"— Algo así decía Platón

Esas eran, difícilmente, las palabras que vislumbraba desde la fuente de mis recuerdos en una clase repleta de sillas de madera cuya calidad era extremadamente cuestionable, deseosas de ser intercambiadas por cualquier otra más novedosa y joven en un atisbo de jubilarse. Sin embargo, ya no me encontraba en primero de bachillerato. Habían pasado muchos, muchos años...

Tras acabar finalmente con el examen MIR, había completado la prueba más difícil a superar, previa a convertirme en médico. ¿O tal vez fue entrar en la carrera? Quién sabe. A medida que consigues una pizca de madurez, aprendes que, cada nueva brecha de tu vida es aun más y más compleja que la anterior; sirviendo de poco el hecho de siquiera cuestionarla.

Pero ahora era diferente: Lo más difícil estaba hecho, y dentro de unas semanas tendría, posiblemente, una decente calificación que me sumergiría en una cálida y apacible vida de médico residente, cobrando un sueldo poco decente debido a la sociedad indecente en la que me encontraba en ese momento y que me conduciría a tener un coche decente, junto probablemente, a una mujer decente que me daría unos decentes hijos, que criarían más y más generaciones venideras decentes ya que, joder, este país no se iba a levantar sólo.

De pronto, un siniestro dolor agazapó mi corazón mientras seguía sumergido en estas expectativas propiciadas en propia cama. Era la sensación de una mano estrujando y contrayendo aquel dichoso músculo desde el interior; pero no recordaba tener antecedentes familiares o un mal estilo de vida que pudiera provocar un infarto.

Todos mis pensamientos y arrepentimientos acerca de oportunidades perdidas y experiencias no vividas empezaron a surgir y a abrumarme. Mi pulso era cada vez más lento, y notaba como mi piel comenzaba a enfriarse más y más. Ahora estaba completamente seguro: Mi vida me da mucho, mucho asco y pena. Y mis ridículas expectativas también eran como una cazuela llena de grasa olvidada en uno de los rincones de la despensa; totalmente carentes de originalidad o deseo. Soy como un maldito cascarón vacío, que arde en ansia de vivir, pero sólo durante sus últimos suspiros.

— ¡Aaaaaagh! —grité—. El dolor se había hecho insoportable, como si estuvieran arrancándome una parte de mí, haciéndome a caer desde la altura de la cama hasta el suelo. Antes de que los párpados se cernieran sobre mis ojos, arropándolos entre oscuridad con pocas esperanzas de volver a abrirlos, comencé a ver a mi padre, mi familia y los amigos que alguna vez tuve y que, poco a poco, comencé a alejar de mí... y finalmente una vaga imagen de lo que podía asemejar con mi madre, se tendió delante mía.

En realidad estaba totalmente giñado, pues esta debía de ser una de esas maravillosas experiencias que tienen las personas que están a punto de morir... y que suponía que la mayoría no alcanzaba a contar. ¿Ayuda? Pensé. Hacía tiempo que no pedía ayuda a nadie, ya que no era propenso a pedir ayuda a los demás. Confiar en alguien más que en sí mismo sólo llevaba a decepciones; decepciones que solían doler más de las penurias a las que estudiar te tenía acostumbrado.

En esta clase de casos, siempre se podía recurrir al plan Z. El "plan Z" era un maravilloso recurso no literario al que me gustaba recurrir en el caso de que la gente me fallase; un proceso que la experiencia me había llevado a desarrollar como mecanismo de autoprotección para desenvolverme en clase, prácticas o en la vida; en cada uno de los casos en los que las personas me decepcionaban. Se trataba de la posibilidad de aislarse, de todo y de todos, aunando en una soledad temporal aquello que como ser humano, siempre he tratado de solventar o escapar: El olvido. Olvidar, a veces es bueno. Meditar todo desde un pesimismo angosto siempre intenta llevarnos a ver las cosas desde un punto mucho más externo; como si fuéramos los expectadores de nuestra propia película. Nada es lo suficientemente demoledor para destruirnos, si no somos nada; nada dentro de un conjunto mucho mayor. ¿Verdad? Eso sería cierto si el problema en sí mismo no consistiera en la propia negación del "yo".

Ahora, como tristemente podía observar, no había ni personas, ni "plan Z"; pues lo único que me rodeaba era la oscuridad y, por supuesto, la impotencia. Sigh...mi amigo Jubar hubiera sabido como salir de esa situación. No, de hecho estaba seguro que él habría podido ser el causante de esa situación o incluso de una aun peor; aunque siempre teniendo en cuenta que el estar a su lado era sinónimo de situaciones esperpénticas y extremadamente divertidas. Pero ahora no estaba con él, ni con ningún otro; estaba sólo y cada vez me encontraba más y más... ¿cálido?

De pronto, lo que hacía un rato era el tacto de la fría madera de la habitación se había transformado en la humedad adherida a las distintas hojas del campo donde ahora yacía postrado, con la luz del Sol pegando en la parte posterior de mi cabeza. 



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