XXXIV - El Rescate

22 6 0
                                    

Antes de que pensaran en cómo entrar, los portones del Castillo de los Ausentes se abrieron solos para los dos, el chirrido de la madera moviéndose quebró el silencio de la noche. El muchacho y el mago se miraron, en un mudo consentimiento y entraron. La puerta se cerró tras ellos, llevándoles al ambiente más siniestro que conocieron en toda su vida. Todo parecía desierto.

Las cortinas de las ventanas eran de encaje beige muy viejas y se balanceaban suavemente, haciendo un viento espeluznante tocar la piel de los dos. Phillip vio candelabros en las paredes y en los aparadores, pero que parecían no iluminar debidamente el lugar. El joven se acercó a la ventana, abrió la cortina para ver si la luz entraba en aquel lugar sombrío, pero sólo vio los bultos de los árboles y sus ramas secas, próximos al portón principal.

Giró la cara, buscando ver si veía alguna cosa además de las telas de araña y suciedad de la habitación. Había algo extraño, pesado por allí, que Phillip no sabía definir. Sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Oyó entonces a Juan decir, bajito, como si adivinase sus pensamientos:

— Ten calma. Muy en breve ellos aparecerán, porque ya saben que llegamos. Nos esperan ansiosos.

Fue Juan quien percibió, en seguida, la presencia de la criatura de las tinieblas cerca de ellos, los dos ojos rojos acechando en la oscuridad, en el fondo de la sala. Antes de que el mago le mostrase a Phillip la maligna presencia, una carcajada resonó en el ambiente:

— ¡Sí, ya sé que habéis llegado! — Dijo la voz conocida de Klaus. — Sé varias cosas, viejo mentiroso. ¿No te enseñaron que es feo engañar a los otros cuando eras niño, Juan? Si es que un día lo fuiste... — Y la risa resonó una vez más en el ambiente. — ¡Estoy sabiendo inclusive de quien Phillip es hijo! ¡No te imaginas como me puse feliz! Mal podía esperar este momento, en que os mataré a los dos y tendré vuestros poderes bajo mi control.

— ¡¿Dónde está Verena?! — Preguntó el príncipe.

— No te preocupes muchacho. Ella no está muerta... todavía.

El chico, tomado por la rabia, desenvaino la espada rápidamente y la sujetó con las dos manos, listo para atacar a quienquiera que fuesen sus enemigos. Sus ojos cambiaron del verde habitual al naranja intenso, como si llamas saliesen de ellos. Estaba preparado para la batalla.

Klaus bajó la escalera, flotando sobre los escalones. En sus manos, rayos se concentraban como si entre sus dedos estuviesen ocurriendo tempestades. Cuando llegó al final de los peldaños, el Doppelgänger se materializó a su lado. Primero los ojos rojos, flotando en el vacío. En seguida, la sonrisa de la criatura surgió, con sus dientes puntiagudos.

— ¡Qué visitas agradables a mi Castillo! Sólo pienso que debían, antes de todo, tener la educación de llamar a mi puerta, en vez de entrar sin permiso.

— Como si no nos hubieses abierto. Y hay más: ¿Desde cuándo debemos pedirle permiso a un criminal? — Replicó Juan, mirando al brujo a los ojos.

— Quiero que libertes a Verena, inmediatamente. Tú no tienes derecho a traerla aquí a este lugar inmundo, ni de usarla como moneda de negociación. ¡Eso es pura cobardía! — Dijo Phillip, cortando la conversación.

— Si es una orden, Vuestra Alteza, obedeceré con placer. Aún más ahora que he descubierto ser tu siervo, Rey de los Magos — dijo el brujo con ironía, sonriendo. — No te preocupes, muchacho, en seguida la tendrás de vuelta. Pero como también tengo necesidades, quiero una cosa a cambio.

— ¿Qué es lo que quieres, brujo asesino? — Indagó Juan.

— ¡A ti!

— ¿Estás loco? — Replicó el mago.

El Hombre FantasmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora