III - El Conclave de Magia

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   En aquella época, el sapo era relacionado a malos presagios envolviendo la muerte. Su aparición se remitía al submundo.

Cada vez más asustado con el desarrollo de los hechos, Juan miró al lobo y dijo:

— ¿Qué pasa? ¿Por qué alertas a los amigos? ¿Estás presintiendo que algo malo va a pasar? Nunca te he visto avisar a tu manada de esa forma...

El viejo mago podía comunicarse con los animales y presintió que su amigo estaba preparándose para algo grande.

— ¡Maldición! Ya no tengo mi espada... — Pensó.

Juan se acordó de cuando volviera de la prisión y decidiera abandonar la magia. Cargaba un sentimiento de culpa en el alma, pues si él hubiese huido con su familia, en vez de luchar para defender a los humanos tal vez ellos aún estuviesen vivos. La magia sólo le trajo dolor, traumatizándole para el resto de su vida. Juan se convirtió en una piedra, inerte, acompañado de su soledad y los animales, los únicos amigos que le animaban a vivir. En aquel momento, se arrepintió amargamente por haber tirado su espada desde lo alto de una catarata allí cerca, perdiéndola en las aguas del río, en un momento de dolor absoluto.

Decidió dar una mirada en las aguas encantadas de su caldero para ver lo que estaba ocurriendo allí fuera. Así acabaría de una vez con ese martirio.

Lejos de allí, en la floresta, el rey mago Agathor dirigía un cónclave de magia para luchar contra la inquisición No era posible continuar huyendo siempre y ver a sus familias siendo masacradas y vilipendiadas en nombre de una creencia de motivaciones con controversias.

Al oír el lloro de su retoño interrumpió su discurso y le dijo a su esposa:

— Amor mío, échale un vistazo al pequeño Phillip que no para de llorar. Tal vez necesite tu leche para calmarse.

La reina hechicera Elheonora les pidió permiso al marido y a los demás presentes y fue a ver cómo estaba su bebé.

Phillip lloraba, cortando el silencio de la floresta. Su madre se acercó a él y le abrazó, colocando un manto suave de piel de conejo sobre él. La noche estaba fría y el viento soplaba sobre el rostro de los miembros de la congregación, mientras las ropas oscilaban con el toque invisible de la brisa.

Elheonora era una bella mujer. Su cabello rubio rizado la hacía deseable a cualquier hombre que la viese. Sus labios rosados y ojos castaños claros dejaban a las personas hipnotizadas por su belleza. Cuando la miraban paraban por un instante para pensar si era posible su existencia. Su voz suave y seductora parecía pura magia, su delicadeza hacía que cualquier persona obedeciese a un mínimo pedido suyo.

Pero no todos la miraban con respeto o delicadeza. Klaus un brujo del clan de los Tauneses que participaba de la reunión, la miró mientras se levantaba para cuidar a su hijo. Por un instante, deseó a la mujer del líder de los magos, así como su poderoso cayado.

Mientras ella verificaba la causa del lloro del niño, Agathor instó a todos levantando su bastón:

— Vamos a luchar contra los malditos inquisidores. ¡Viva la magia y que ella perdure para siempre!

Todos blandieron sus armas. La guerra tendría inicio.

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